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Chris Ware: Del cómic como experiencia

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 17/11/2019

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Con la publicación en España de Rusty Brown de la mano de Random House Mondadori se completa otro capítulo en la carrera de Chris Ware, recuperando uno de los personajes más conocidos de un autor que ha ido refinando su talento lo largo de casi tres décadas experimentando con la narrativa de la viñeta para llevarla a cotas poco habituales.

Aficionado a los cómics desde su infancia -que según confesión propia pasó creando sus propias versiones de cómics de Archie y Superman-, Ware dio sus primeros pasos profesionales publicando tiras en The Daily Texan, periódico estudiantil de la universidad donde cursaba estudios de Bellas Artes. Fue allí donde creó Floyd Farland: Citizen of the Future, una parodia del género de ciencia ficción que posteriormente sería editada en formato recopilatorio por Eclipse Comics. Una historia que a la vista de su posterior carrera puede considerarse una suerte de anomalía al mostrar a un Ware cuyo dibujo resultaba más tosco y menos estilizado, que utilizaba una narrativa funcional alejada de posteriores experimentos y que tocaba abiertamente el género fantástico.


Sería también en las páginas de aquel periódico estudiantil donde aparecería Quimby The Mouse. Fuertemente influenciado por el trabajo de Otto Messmer con Félix el Gato, Ware creó una especie de versión negativa y depresiva de dicho personaje donde adelantaba el patrón de soledad y patetismo por el que irían cortados la mayoría de sus siguientes creaciones. Asimismo también supuso una evolución hacia un trazo más minimalista de los personajes que contrasta con una gran ambición narrativa, recordando el estilo de autores de principios del siglo XX como el citado Messmer, E.C Segar o Windsord McCay. El éxito cada vez mayor de sus tiras de prensa le llevó a principios de los noventa a publicar en la revista New City, donde irían apareciendo personajes como El gato Sparky (otro personal homenaje a un clásico de las tiras: el Krazy Kat de George Herriman), Rusty Brown (un tipo maduro de mente infantil obsesionado con las figuras de acción), Big Tex (un cowboy despreciado y atormentado por su propio padre) o Rocket Sam (un explorador espacial marcado por la soledad y la tristeza que le provocan sus viajes).


La peculiar mezcla de clasicismo y experimentación formal de sus tiras pronto llamó la atención de Art Spiegelman, quien invitó a Ware a colaborar en la cabecera antológica Raw. Dicha colaboración supuso el espaldarazo profesional para que la editorial Fantagraphics propusiese a Ware la creación de una antología propia llamada Acme Novelty Library. De publicación aperiódica (desde su inicio en 1993 solo ha tenido veinte entregas, pasando en 2005 a ser autoeditada por el propio Ware y distribuida por la editorial canadiense Drawn & Quaterly), su mismo diseño ya da una idea de su peculiaridad pues cada número tiene un tamaño y un formato (cómic, apaisado, folio, tabloide) diferente del resto, teniendo en común cada entrega un cuidado y lujoso trabajo de edición que convierte la publicación de cada número en un pequeño fenómeno editorial que suele figurar entre los más vendidos dentro del cómic independiente estadounidense. Alternando reediciones de sus antiguos trabajos en prensa con nuevas creaciones, ANL se ha convertido en una suerte de laboratorio de experimentación para su autor mediante los seriales de sus diferentes personajes que cada cierto tiempo son siendo recopilados en volúmenes independientes con idéntica disparidad en lo referente a su formato.


De las creaciones surgidas en ANL quizás la más recurrente y conocida sea Jimmy Corrigan, historia de un joven superdotado socialmente alienado que mantiene una extraña relación con su posesiva madre y el padre que le abandono siendo niño. Un esquema que veremos se ha repetido con sus propios antepasados, siendo posiblemente el personaje más autobiográfico de Ware. Un estudio sobre la soledad y el desencanto que, pese a las fugas referenciales (esas apariciones de un trasunto apenas disimulado de Superman), no esta suavizado por el humor negro de otras de sus creaciones. El dibujo, estilizado al máximo, contrasta con unas elaboradísimas composiciones de página que pueden llegar a incluir más de una docena de viñetas por lámina y en las que dichas viñetas pueden relacionarse entre sí formando un todo mayor que proporciona un nivel de lectura adicional. Viñetas que rompen con la disposición académica, alterando diferentes dimensiones en una misma página o bien dividiendo la superficie de esta en varias secciones independientes que se relacionan por el uso del color, su disposición relativa a elementos externos como el título o mediante la repetición de una misma composición que varía sutilmente en cada versión. Una forma de narrar que ocasionalmente prescinde del apoyo de textos para basarse puramente en lo visual y que no suele repetirse de una historia a otra, como si fuese el equivalente en narración secuencial a la improvisación de un músico de jazz.


Una experimentación que ha llevado incluso más allá de la página impresa con Fabricar Historias. Partiendo de la premisa de una mujer solitaria que recorre los pasillos de un edificio de apartamentos poblado por inquilinos de toda clase y condición -incluidos viajeros el futuro (sic)-, el autor planificó una suerte de desplegable formado por piezas de distintas formas y tamaños (tiras rectangulares, paginas en formato apaisado, cómic tradicional… ¡Incluso dioramas tridimensionales!) que el lector tiene que relacionar sin un orden establecido, construyendo él mismo la historia a base de combinar las diferentes piezas. Una obra cuya edición individual viene incluida en una caja que recuerda más un juego de mesa que a un cómic propiamente dicho y donde cada relectura es diferente a la anterior. Una creación poliédrica y sin precedentes en el medio que Ware tardó una década en completar.


Rompedora, innovadora y perfeccionista hasta el extremo, la obra de Ware es una rareza no apta para todos los públicos. Y si bien puede disfrutarse a un nivel más básico como una simple tira de prensa (su talento para el humor negro está más que probado), aquellos lectores más bregados y/o interesados en el cómic como algo más que un simple entretenimiento sin duda podrán encontrar matices y reflexiones presentes en el uso concreto de cada recurso (el tipo de color, la rotulación, el formato de página, el tamaño de las viñetas) que ejemplifican la obra de un autor cerebral que, recuperando las raíces primigenias del propio medio, ha logrado ir creativamente muy por delante de la industria, explotando las posibilidades expresivas del cómic como medio en cotas que esta no quiere (o no puede) siquiera parecer concebir.

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