Hey Kids! Comics!: La “otra” historia del cómic
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“Seguís suplicando trabajo a personas que no pueden hacer lo que vosotros hacéis, cada una de las cuales gana más dinero del que veréis en toda vuestra vida. Y cada uno de esos bocazas arrogantes os trata como criados”. De todas las perlas que pueblan sus diálogos posiblemente esta sea la más representativa del tono e intenciones de Hey Kids! Comics!, la más reciente obra de Howard Chaykin editada en España por Dolmen Editorial. Obra con la que el siempre controvertido creador de Black Kiss realiza un repaso muy poco nostálgico y cruelmente sincero de la historia de la industria del cómic estadounidense y varios de sus nombres propios.
Una historia que Chaykin relata desde una posición privilegiada que no proviene únicamente de un trabajo de documentación, sino que rezuma la autenticidad de ser la obra de alguien que conoce de primera mano los recovecos de la industria que van desde las grandes editoriales a las pequeñas compañías. Alguien que ha tratado de primera mano con muchos de los verdaderos protagonistas de la trama y que ha sido él mismo testigo directo de varios de los cambios, triunfos y miserias que son retratados a lo largo de las páginas del cómic que nos ocupa.
Chaykin articula su crónica a lo largo de cuatro momentos concretos: 1945 con el declive de los superhéroes en paralelo a la consolidación del medio tras el final de la IIª Guerra Mundial; 1955 y la industria al borde del abismo debido a las bajas ventas y al retroceso creativo provocado por la censura; 1965 y el renacer de los superhéroes con el inicio de la Edad de Plata; y 2001, con la industria comenzando a expandirse definitivamente hacia otros medios generando ganancias estratosféricas mientras los autores que posibilitaron su creación quedan relegados al olvido y la muerte. Cuatro épocas con las que el autor juega en cada episodio saltando hacia adelante y atrás en el tiempo, mostrando como la industria ha ido cambiando de puertas afuera mientras sigue anclada en sus prácticas de puertas adentro a través de la peripecia conjunta del trío protagonista formado por Ray Clarke, Ted Whitman y Benita Heindel. Tres personajes que no parecen representar a personas reales concretas pero en los que se adivinan características tomadas de nombres como Gil Kane (no por casualidad mentor del propio Chaykin en su juventud), Matt Baker (uno de los primeros artistas afroamericanos del cómic norteamericano) o Marie Severin respectivamente.
Un juego de espejos que también se aplica a los secundarios que se van sucediendo a través de las páginas, algunos de los cuales son ciertamente inconfundibles –Bob Rose y Sid Mitchell como inequívocos trasuntos de Stan Lee y Jack Kirby- mientras que otros adquieren algo más de esfuerzo para ser identificables como más que posibles sosias de Bob Kane, Will Eisner, Alex Toth, Mort Weisinger, Jack Liebowitz, Milton Caniff o Bernard Krigstein entre otros, relacionados con compañías como Verve Comics (Marvel) o Yankee Publications (DC Comics) y personajes como Powerhouse (Superman), MidKinight (Batman), Tarantulad (Spiderman) o los Evoluteens (X-Men). Pero el verdadero aliciente de la obra no está en buscar las (por otra parte inevitables) correspondencias entre la realidad y su reflejo ficcionado, sino en el retrato descarnado que el autor ofrece de la industria de la que él mismo forma parte. Una industria que vende una imagen idealizada basada en el arte y la creatividad pero cuyas interioridades muestran una maquinaria inmisericorde y explotadora al servicio último del beneficio económico. Una profesión donde el desprecio generalizado hacia los artistas y su trabajo se traduce en que la falta de escrúpulos, la picaresca, el chantaje, los prejuicios y la violación sistemática de la ética personal y profesional supongan el pan de cada día independientemente de la época.
Una coyuntura envenenada habitada por personajes encabronados que se concretan en escenas mostrando el uso por parte de varios autores consagrados de negros anónimos que hacían su trabajo en condiciones míseras y sin recibir crédito; la humillación de numerosos artistas teniendo prácticamente que mendigar trabajo a editores que se les reían en su propia cara; la lucha perdida de antemano de ciertos autores reclamando los derechos sobre sus propias creaciones; la memoria selectiva y el desconocimiento de unos fans incapaces de reconocer el valor de obra original e incluso una puya nada sutil a los dibujantes de la generación Image, a los que prácticamente se acusa de ser unos inútiles que han hecho fama y fortuna a base de plagiar descaradamente el trabajo de autores veteranos. Escenas donde Chaykin se toma inevitables licencias dramáticas en beneficio de la narración pero que aún así continúan estando mucho más cerca de la realidad de lo que nos gustaría pensar. Ya sean historias 100% probadas -el abuso empresarial por el que Jerry Siegel y Joe Shuster fueron privados de los derechos de Superman- o bien entren en terreno de la leyenda urbana –cuando supuestamente Alex Toth intentó arrojar a Mort Weisinger por una ventana porque este último evitaba pagarle (sic)-.
Chaykin visualiza la trama mediante su inconfundible estilo de narración gráfica donde el diálogo prima sobre lo visual, haciendo uso recurrente de una planificación de página basada en una o varias viñetas de gran tamaño complementadas con otras secundarias centradas en un plano detalle y/o el rostro de los personajes, otorgando a la lectura un ritmo que suple la ocasional falta de expresividad y/o variedad estética de los personajes. Y pese a que ciertos detalles propios del coloreado digital rechinen entre los aciertos a nivel gráfico, merece destacarse el esfuerzo por reproducir el ambiente y las estéticas correspondientes a cada época así como la evolución física del los protagonistas a lo largo de las diferentes décadas que abarca el relato.
Publicada originalmente por Image en formato miniserie de cinco entregas, Hey Kids! Comics! es una obra que pese a momentos de humor bastante ácido desprende un claro tono de melancolía. Y es que, enterrado en algún lugar entre su enorme cinismo sobre la industria, se adivina una reverencia por un medio y unos profesionales sobre cuya pisoteada, infravalorada y olvidada valía Chaykin desea llamar nuestra atención. Gracias a obras como la presente y el interés que suscita por conocer más sobre el propio medio del que forma parte, puede calificarse el esfuerzo como más que merecido.
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