Ruinas: La Marvel que no quieres conocer
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La publicación de Marvels de Kurt Busiek y Alex Ross a principios de los 90 supuso un fenómeno inesperado. Tanto su visión nostálgica y grandiosa del género de superhéroes como su estética pictórica de corte hiperrealista tuvieron un impacto que dio pie a una serie de obras que, sin ser secuelas directas, intentaban prolongar los elementos argumentales y estéticos antes mencionados. Títulos como Código de Honor, Blockbuster o The Wonder Years que actualmente están siendo recopiladas por Panini Cómics mediante un sello apropiadamente titulado Colección Marvels. Pero en esa misma colección también se incluye Ruinas, obra que podría calificarse como la oveja negra de la familia. No por su falta de calidad sino por su intención consciente de subvertir las características definitorias del trabajo de Busiek y Ross hasta el punto de considerarla una suerte de remake “pervertido” de aquella.
Publicada originalmente en 1995 como miniserie de dos entregas, Ruinas formó parte de un fugaz sello editorial llamado Alterniverse con el que Marvel pretendía relanzar la cabecera de historias alternativas What If\? dándole un giro más oscuro e impactante acorde a la época. Una iniciativa que apenas duró un año debido a la convulsa situación administrativa y financiera de la editorial pero que dejó interesantes obras tan interesantes como La Última Historia de los Vengadores, Punisher Asesina al Universo Marvel o esta que nos ocupa. Ruinas cayó en manos de un Warren Ellis recién desembarcado en el cómic USA que, pese a su escasa experiencia, ya daba muestras de una sensibilidad iconoclasta y perversa que aquí pudo manifestar por primera vez sin cortapisas dentro del mainstream.
Ruinas recupera al protagonista de Marvels, el veterano fotógrafo Phil Sheldon, mediante un punto de partida similar al de aquella como es el de elaborar un libro sobre la historia de los superhéroes. Sin embargo el universo Marvel que Sheldon pretende documentar en esta ocasión está muy lejos del tono luminoso y esperanzador de la versión previa. En su lugar Ellis muestra una versión donde “todo se torció (…) volviéndose raro y asqueroso”, extirpando el sentido de la maravilla introducido en los sesenta por Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko e inyectando un realismo atroz y cruel, cargando las tintas de la sofisticación adulta del género pergeñada en los años ochenta por gente como Alan Moore, Frank Miller o Howard Chaykin. De esa manera los “accidentes científicos” que dieron origen a personajes como Spiderman, Hulk o Los 4 Fantásticos se revelan aquí como dolorosas causas de muerte y/o atroces enfermedades incurables. Por otro lado la propia condición genética de los mutantes es fuente de severas deformidades y/o efectos secundarios incontrolables que aumentan el rechazo hacia los mismos al tiempo que, en un siniestro giro argumental, una versión perversa de Charles Xavier se ha situado como presidente de los EE.UU. estableciendo un opresivo gobierno que encarcela y tortura a los de su propia raza.
Mediante la investigación de Sheldon sobre los “prodigios”, Ellis muestra escenas tan impactantes como la muerte de los Vengadores a manos del ejército tras ser considerados una milicia terrorista, el Motorista Fantasma convertido en una macabra atracción de feria, el suicidio de un desquiciado Estela Plateada, el Capitán Marvel y los Kree recluidos en un campo de concentración para inmigrantes ilegales, T¨Challa encarcelado por su pertenencia al partido (real) de los Panteras Negras o Donald Blake ejerciendo como líder de una secta religiosa basada en los mitos nórdicos y el consumo de psicotrópicos entre otras chocantes ocurrencias que preludian el enfoque poco amable y descarnada del género superheroico que el guionista aplicaría en sus posteriores trabajos dentro del mismo.
La visualización de esta versión sucia y descreída del universo Marvel corre a cargo de Cliff y Terese Nielsen, matrimonio de ilustradores especializados en la realización de cubiertas de literatura fantástica que supone uno de sus escasos trabajos como historietistas. Sus ilustraciones captan perfectamente la intención de la obra añadiendo a ese realismo pictórico un acabado de tono polvoriento y sombrío que refuerza la crudeza del relato alejándolo de las mallas de colores chillones en cuatricromía. Algo que por desgracia se pierde en las páginas finales del segundo número, que fueron completadas por Christopher Moeller, otro ilustrador de formación pictórica pero con un estilo más sobrio y limpio con el que se pierde la atmósfera de las páginas previas.
Ruinas dista de ser un relato redondo. Y de hecho a veces parece más pura provocación por parte del creador de Transmetropolitan que otra cosa. Aunque por otra parte también es una obra hija de su tiempo, marcada por las circunstancias de una época donde el género superheroico parecía haberse extremado hasta rozar la autoparodia. Pero incluso veinticinco años después de su publicación, su lectura aún provoca ese ácido poso irónico y deprimente a partes iguales propio de una canción punk, dejando vislumbrar el explosivo talento de su principal artífice para darle la vuelta a algo ya conocido y convertirlo en algo rabiosamente fresco y personal. Una pequeña joya de bordes cortantes que tras años en el limbo editorial merece la pena redescubrir por su cínica y devastadora (re)visión.
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