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"Los muros separan personas; y no sólo los que construimos. Tal vez los que más tenemos que temer son los que no podemos ver, en los que sencillamente creemos." Señal y Ruido
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Los Muertos Vivientes: Poniendo el punto final

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 21/03/2020
La Atalaya del Vigía
AVISO: Éste artículo contiene posibles spoilers. En él se revelan aspectos argumentales que el lector podría preferir descubir por sí mismo.

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Tras dieciséis años y ciento noventa y tres números recopilados en treinta y dos volúmenes (u ocho integrales, o cuatro ómnibus según sus diferentes ediciones), finalmente ha llegado lo que durante años muchos nunca creyeron posible: el desenlace de Los Muertos Vivientes, el cómic sobre la lucha de un grupo de supervivientes tras un apocalipsis zombi. Un cierre que destaca al no llegar por causas editoriales y/o crematísticas. Ni siquiera por agotamiento del guionista Robert Kirman o el dibujante Charlie Adlard sino porque, como todo cuanto ha sucedido desde el primer hasta el último número, su historia y personajes son ante todo fieles a sí mismos.

A priori el baile de cifras que abre el párrafo parece sencillo tal y como esta enunciado hasta que uno se para a pensarlo: en 2003, fecha de la publicación de The Walking Dead #1 USA por parte de Image Comics, los cómics apenas tenían reconocimiento fuera del ghetto de las librerías y medios especializados y la adaptación audiovisual de cómics era un terreno pantanoso. En 2020, cuando su conclusión llega a España gracias a Planeta Cómic, los tebeos son una de las propiedades más codiciadas por los grandes estudios para levantar franquicias multimedia y las ediciones recopilatorias de cabeceras de éxito se venden como churros en grandes superficies a todo tipo de público.


Parte de ese cambio se debe al título que nos ocupa, origen de una mediática adaptación televisiva prolongada por varios spin-offs y extendida a otros medios como la literatura, el videojuego y el merchandising. Una franquicia creada a partir de cómic ajeno al omnipresente género de los superhéroes y publicado en blanco y negro que, sin embargo, se mantenía asiduamente entre los más vendidos tanto en su edición en grapa como en tomo, contribuyendo con su ejemplo a la estimulante ola de proyectos de autor que han ido surgiendo en el cómic norteamericano de los últimos años. Pero lo que aquí se quiere reseñar es como, pese a tan arrollador éxito (y las connotaciones y tentaciones derivadas del mismo), la obra original nunca desvió su camino, permaneciendo fiel a sí misma incluso cuando sus múltiples derivados tomaban la ruta fácil a riesgo de sacrificar su calidad.


Hace unos años servidor realizó un repaso a la evolución de la cabecera con motivo de uno de los puntos álgidos de su argumento. Me preguntaba entonces si, pese a la capacidad de Kirkman para mantener el interés sobre las peripecias de Rick Grimes y compañía, la serie no habría caído en la pura inercia. Visto ahora desde la distancia que permite su conclusión cuesta creer que el responsable de Invencible no tuviese ya en mente el desenlace que nos ocupa. Comenzando con el salto temporal de dos años tras la saga Guerra sin cuartel (# 115-126 USA) la serie refrescaba el panorama añadiendo nuevos personajes al reparto, pero también cambiando la dinámica de los ya conocidos para ajustarla a la nueva sociedad creada por los protagonistas. Una evolución natural pero que resulta extraña a poco que uno piense en como la continuidad en el cómic USA resulta ser prácticamente estática a base de reinicios y vueltas al estatus quo. La evolución imprimida aquí por el guionista permitía asimismo descubrir nuevas facetas a priori inéditas en varios personajes como el nuevo estatus de Rick como líder cansado y deseoso de ceder la antorcha o, en un más difícil todavía, llegar a mirar con nuevos ojos a un villano tan indeseable como Negan, al mostrarnos al hombre que fue sin olvidar el monstruo en el que se ha convertido.


La aparición de los Susurradores (#132) y el consiguiente conflicto debido a su retorcido concepto de civilización basado en la integración con los muertos putrefactos -que proporciona momentos tan memorables como la anticlimática matanza de varios secundarios habituales tras la celebración del mercado (#144)- no implica que la vida en la comunidad forjada por los protagonistas sea idílica. De hecho también tiene sus propios peligros y miserias derivadas de la propia concepción humana y sus contradicciones. Ese y no la simple supervivencia y la acción salpicada de gore ha sido el núcleo de la serie hasta su mismo final, demostrando así ser una de las pocas aportaciones al subgénero zombi que de verdad han entendido de que iba realmente la seminal obra de su creador George A. Romero además de ser una de las que mejor partido le han sacado. Todo ello con un ritmo narrativo y un manejo del drama y la metáfora social que su morosa, vacía y ocasionalmente risible adaptación televisiva ha demostrado carecer por completo. Parte de ello es responsabilidad del dibujo de Adlard, cuyo estilo conciso, de estética verosímil y capaz de adaptarse narrativamente a cualquier situación ha mantenido intactas sus virtudes capítulo a capítulo sin una sola interrupción desde la marcha de su predecesor Tony Moore en el sexto número, en un ejemplo de profesionalidad y constancia como narrador gráfico que supone una anomalía dentro del cómic actual.


Los infecciosos y putrefactos cadáveres andantes no importan realmente. Los personajes sí. Y cuando la trama comienza su último acto con el descubrimiento de la comunidad humana conocida como la Commonwealth (#175), quizá la novedad y la sorpresa se hayan difuminado recordando a sagas previas como la llegada a Alexandria (#70) o la aparición de los Salvadores (#100). Y nuevos personajes como la irreverente y risueña Princesa, la corrupta y manipuladora Pamela Milton, su odioso hijo Sebastian o el ambiguo Mercer no dejan de parecer cortados por el mismo patrón que Michonne, Douglas Monroe y su hijo Alexander o el desfigurado Dwight. Sin embargo la caracterización y las intrigas tejidas en torno a los mismos y el conflicto resultante es tan sólido como lo era en aquellos viejos números, manteniendo asimismo la baza de lo impredecible que caracteriza a una serie que puede permitirse incluso eliminar, sin vuelta de hoja ni truco posible, a dos de sus protagonistas más longevos y queridos (en los #167 y 192 USA concrétamente).


El número final, más un epílogo a la serie que una conclusión, vuelve a dar otro salto temporal para mostrarnos los diferentes destinos de varios de los protagonistas años después. Pero más allá de la despedida a unos personajes a los que han acompañado durante década y media los autores aprovechan para remachar –rompiendo la cuarta pared al poner en boca de un personaje la ya famosa sinopsis de la contraportada de los propios cómics- la esencia humanista de una obra que se cierra en un punto álgido y, sobre todo, conforme a sus propios términos y de forma coherente con su desarrollo. Quizá no todos los números fueran necesarios para poder llegar hasta aquí, pero pocas veces el camino ha sido tan constante y satisfactorio en cuanto a su recorrido.


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