Excalibur de Claremont y Davis: El refugio británico de los mutantes
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De entre las nuevas cabeceras surgidas tras el evento Dinastía de X/Potencias de X una de las más llamativas para el aficionado veterano es la recuperación de Excalibur. No tanto por su plantel de personajes o el renombre de sus autores, sino porque su sola mención provoca la nostalgia por aquella cabecera original que aportó una agradecida dosis de frescura creativa tanto a la franquicia mutante como al universo Marvel en su conjunto.
Excalibur surgió del choque de intereses entre Chris Claremont y la editorial. Con Uncanny X-Men convertida en la serie más vendida del cómic USA, Marvel quiso explotar esa gallina de los huevos de oro con más colecciones y, adelantándose a las imposiciones de los editores, Claremont presentó su propia propuesta. Una que obedeciese a sus propias inquietudes y le permitiese trabajar en sus propios términos. La inspiración la encontró en Capitán Britania, serial creado una década atrás por el propio Claremont para la división británica de Marvel y que, desde entonces, había sido reinventado mucho más allá de su premisa inicial por guionistas como Alan Moore y Jamie Delano junto a un prometedor dibujante llamado Alan Davis cuyo estilo dinámico y expresivo fascinaba al cronista mutante.
Haciendo suya la peculiar mezcla de mitología y ciencia ficción del Capitán Britania y añadiendo al reparto a Kitty Pride, Rondador Nocturno y Rachel Summers, la intención del guionista era elaborar historias con un enfoque más ligero y divertido, alejado de la angustia y el drama racial característico hasta entonces en las series mutantes. Una distancia argumental que reforzó poniendo distancia geográfica al ambientarla en su Inglaterra natal. Excalibur, nombre finalmente elegido tras el inicialmente previsto X-Calibre, resumía esa mezcla de intereses remitiendo tanto a la mitología artúrica como la franquicia mutante gracias la “X” que aparecía destacada en su logotipo.
Tras la supuesta muerte de los X-Men a raíz de la saga La Caída de los Mutantes, Kitty Pryde y Rondador Nocturno emprendían el rescate a su compañera Rachel Summers, que había caído en las redes de villano Mojo. Una empresa en la que cruzaban su camino con el de Brian Braddock y Meggan y que culmina con su decisión de mantenerse unidos como grupo. Este era el argumento de Espada en Alto, especial editado en formato prestigio y preludio a una serie regular cuyo #1 aparecería en 1988. En ese primer episodio aparecía por primera vez Cacharro, un ente robótico capaz de viajar a otras dimensiones y posterior macGuffin para embarcar al grupo en historias tan originales como alejadas del resto de la continuidad, narradas en un tono irónico y en ocasiones surrealista presente en unas portadas que eran planteadas en clave de gag humorístico como aquella que mostraba a un limpiador disculpándose ante a los lectores de que la acción, los héroes fornidos y las chicas guapas estuviesen ausentes, recomendándoles ir a las páginas interiores para poder encontrarlas (sic).
Aunque durante los primeros números la serie procuró señalar su pertenencia a la franquicia mutante mediante la aparición de villanos como Juggernaut y Arcade o su participación el crossover Infierno, rápidamente Claremont y Davis se centraron en recuperar tramas y personajes de Capitán Britania como Merlyn, Roma, Saturnina, la Banda loca o la Tecno-Red, embarcando al grupo en un viaje por varios universos paralelos –la posterior Los Exiliados no inventó nada- que incluían una realidad gobernada por nazis, otra anclada en la Edad Media, una habitada por versiones paródicas de los héroes Marvel o un homenaje (portada incluida) a las novelas de John Carter de Edgard Rice Burroughs entre otros. Historias cargadas de acción y humor escritas por Claremont a la medida del cada vez más desbordante talento de un Davis que se consagró en esas páginas como uno de los mejores dibujantes de la industria. El artista hizo suyos a los personajes mostrando a un Rondador más esbelto, una Rachel más adorable o una Kitty más decidida que transmitían tanto o más con su expresión que con sus diálogos. Esto era así hasta el punto de que Claremont no tuvo reparos en acreditar a Davis como co-autor del argumento, dando a la serie una personalidad tan señalada que el resultado se resentía cuando los plazos de entrega ocasionalmente obligaban a utilizar a dibujantes invitados. Incluso aunque estos fuesen nombres tan estimables como Marshall Rogers o Rick Leonardi.
Lamentablemente la presión editorial y los retrasos provocados por los compromisos cada vez más acuciantes del guionista con el resto de series X acabaron forzando que Davis abandonase el barco tras el #24. Claremont siguió adelante diez números más pero la pérdida de frescura era casi tan evidente como el cansancio del guionista, quien estaba a punto de abandonar la franquicia mutante (y la editorial) tras casi dos décadas ininterrumpidas. Pero tras un puñado de números a cargo del mediocre Scott Lobdell, la serie renació de sus cenizas en su #42, cuando Davis regresó como autor completo.
Demostrando ser un escritor más que competente pese a su teórica inexperiencia, Davis devolvió el tono desenfadado y entrañable a la colección (portadas chistosas incluidas), recuperando la trama allí donde Claremont y él la habían dejado y trabajando los argumentos más allá de la simple excusa para el lucimiento de sus dibujos. De hecho incluso se tomó la molestia de cerrar cabos sueltos de la historia de los personajes como la trama sobre Rachel y su relación con la Fuerza Fénix, argumento de liosas connotaciones editoriales que Davis no solo reordenó de forma coherente sino que también hizo evolucionar mediante una trama que enlazaba con Merlyn, el Omniverso y las maquinaciones de un villano llamado Necrom. Historias con un desarrollo sólido e interesante, con números individuales tan deliciosos como el homenaje a Alicia en el País de las Maravillas (#54) y que se sucedían sin necesidad de eventos, cruces o invitados estelares. Exigencias esto último que Lobdell y los editores aprovechaban para incluir cada vez que los plazos mensuales exigían un número de relleno. Para entonces ya estábamos en la Marvel de principios de los noventa, donde la calidad quedaba relegada a segundo plano frente a unas cifras de venta que, aunque más que sólidas, se quedan lejos de las de las principales series mutantes. Así, tras cerrar la trama de Fénix, un Davis harto de presiones editoriales terminó marchándose definitivamente en el #67.
Tras su partida Excalibur se mantuvo hasta su cancelación en el #125, siendo únicamente destacable la posterior etapa firmada por el vitriólico Warren Ellis que logró llevarse el grupo a su propio terreno aunque este estuviese en las antípodas del trabajo de Claremont y Davis. Posteriores intentos de relanzamiento de la cabecera (algunos escritos por el propio Claremont) acabaron mordiendo el polvo, incapaces de igualar la magia original. Desde aquí sirva este breve recuerdo de las virtudes de la cabecera durante sus primeros años para que Panini Cómics se decida finalmente a recuperar como verdaderamente merece (la fenecida línea BOME reedito los doce primeros números en dos tomos descatalogados años atrás) esta personalísima y disfrutable pieza de la franquicia mutante.
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