Sin City: El blanco y negro del pecado
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Callejones sórdidos, tipos duros, féminas esculturales, antihéroes en busca de redención, perdedores ansiosos de venganza, villanos carentes de todo escrúpulo, armas, sexo, violencia… todo ello envuelto en una noche eterna plasmada en un crudo blanco y negro. La reciente relectura por parte de un servidor de Sin City ha supuesto volver a recuperar el impacto original de una obra con la que Frank Miller marcó un punto y aparte tanto en su trayectoria como en la del moderno cómic norteamericano. Una obra marcadamente personal a la que las casi tres décadas transcurridas desde su aparición no han privado de su fuerza incluso cuando sus debilidades se hayan vuelto más patentes.
El género noir siempre fue una de las debilidades personales confesas de Miller. Y también una de sus mayores frustraciones profesionales, pues su deseo de realizar cómics de temática criminal chocaba contra un mercado había arrinconado dicho género a la práctica inexistencia dentro de la industria, sepultándolo bajo el predominio casi omnipresente de los superhéroes. Eso por no mencionar las limitaciones creativas impuestas por la censura del Comics Code. Así que en sus primeros trabajos Miller tuvo que contentarse con tocar elementos aledaños al género en sus historias de Daredevil y Batman. Pero eso cambió en 1991.
Aprovechando su buena relación con la independiente Dark Horse y su apuesta por viñetas de otros géneros (a lo que el propio autor había contribuido con títulos como Hard Boiled y Give Me Liberty), Miller propuso algo que llevaba años queriendo hacer: un cómic 100% serie negra, con escenas de sexo y violencia explícitos y realizada en el blanco y negro de los grandes clásicos cinematográficos del género. Un capricho a priori opuesto en forma y en fondo a lo que demandaban las cifras de mercado pero que los editores concedieron para contentar a su estrella. Creada originalmente como una historieta corta publicada en las páginas de la revista Dark Horse Presents, aquella historia sobre un perdedor de aspecto brutal llamado Marv –a quien Miller definió inicialmente como “Conan con gabardina” (sic)-, falsamente acusado del asesinato de una mujer y que busca ajustar cuentas con el verdadero responsable, fue creciendo en tamaño y ambición a medida que se iban sucediendo las entregas. Inesperadamente se convirtió en un éxito que llamó la atención tanto por la inusual crudeza de su argumento y personajes como por su impactante plasmación visual, donde Miller recogía influencias de ilustradores clásicos como Jim Steranko, Alex Toth o Wally Wood para construir una estilizada estética que sacaba enorme partido atmosférico a las masas de tinta negra y su contraste con el blanco impoluto del papel.
Publicada entre los #51-62 de DHP y rápidamente recopilada en un tomo bajo el nombre genérico de Sin City (rebautizada años después como El Duro Adiós, parafraseando así una de las novelas más conocidas de Raymond Chandler), aquel final se convirtió en el inicio de una saga sobre diferentes historias y personajes de temática similar que prácticamente coparía la producción de su autor durante toda la siguiente década. Ambientada en la ficticia Basin City la cabecera, de publicación aperiódica en forma de miniseries, especiales e historias cortas, acogía un desfile de matones, sicarios, prostitutas, mafiosos, policías, políticos corruptos… todos cortados por una ambigua moral manchada por la corrupción y la violencia. Los diferentes protagonistas y sus historias se entrecruzaban a lo largo de las sucesivas entregas, aportando un protagonismo coral al tiempo que daban pie a una elaborada cronología que, junto a una serie de localizaciones recurrentes –el Club Pecos de Kadie, el Barrio Viejo de las prostitutas, los pozos de brea de Santa Yolanda, la siniestra granja de la familia Roark- crearon un oscuro microcosmos urbano dotado de unas reglas y atmósfera propias rápidamente reconocibles.
Argumentalmente Miller bebía de autores clásicos de novela negra con especial atención a Mickey Spillane, cuya prosa directa, cruda y cercana al estilo pulp no esconde el uso de tópicos y lugares comunes del género sino que se regodea en ellos llevando al extremo su tono fatalista y no exento de misoginia. Lejos de las densas y enrevesadas tramas de un James Ellroy, Miller elaboró argumentos sencillos e impactantes con unos personajes que se expresan mediante largos soliloquios introspectivos a modo de voz en off y que, sin ocultar su condición de arquetipos, capturaban la atención del lector gracias a su carisma. Ese ejercicio de estilo es extensible al dibujo, progresivamente más estilizado hasta el punto de pisotear la línea de lo inverosímil en lo descarnado de su acción, que incluye a personajes saltando desde alturas imposibles, moviéndose más rápido de los estándares lógicos e infligiendo y/o aguantando un castigo físico que sobrepasa lo humano. El dibujo, de corte expresionista en su impactante cromatismo en B/N, gozaba asimismo de una disposición de viñetas tan variada como imaginativa, logrando trascender el tono realista habitualmente asociado al género para dar pie a ilustraciones con una carga simbólica próxima a lo abstracto. El ocasional uso del color seguía esa misma pauta, buscando enfatizar una emoción determinada como el amarillo chillón que caracteriza al repulsivo villano de Ese Cobarde Bastardo, el excitante carmesí de La Novia Iba de Rojo o el episodio de Ida y Vuelta al Infierno realizado a todo color para representar las alucinaciones del protagonista tras haber sido drogado por sus enemigos.
Sin City es una obra que prioriza la forma y la fantasía antes que el contenido y el realismo. Pero a largo plazo esa estilización acabaría por jugar en su contra. Ensimismado con la experimentación gráfica, el Miller dibujante comenzaría a perder progresivamente su sobresaliente capacidad narrativa, adoptando unos trazos cada vez más descuidados y parcos en detalles. Asimismo, y tras tocar techo con el sentido relato de sacrificio y heroísmo de Ese Cobarde Bastardo, las siguientes entregas padecerían de argumentos cada vez más simplones, bien por alargar excesivamente una premisa que se agota rápidamente (Valores Familiares) bien por el uso de protagonistas cada vez más sosos y esquemáticos (Ida y Vuelta al Infierno). Un declive que desgraciadamente acabaría haciéndose más pronunciado en el resto de posteriores obras de su autor.
En 2005 Sin City recibió un impulso mediático gracias a la adaptación cinematográfica realizada a cuatro manos por el propio Miller junto a Robert Rodriguez. Un peculiar film cuya traslación literal de las viñetas a la pantalla lo convertían en una obra tan experimental como su homóloga en las viñetas. Pero lo cierto es que, con Miller ocupado en otros menesteres, Sin City lleva ausente del mundo de las viñetas casi dos décadas a pesar de los intermitentes anuncios de su creador de estar trabajando en nuevas historias de la ciudad del pecado (dos de ellas acabarían llegando directamente a la pantalla sin pasar previamente por el papel en la fallida secuela estrenada en 2014). Su legado en cambio no ha parado de crecer, habiendo ensanchado temáticamente la industria norteamericana, influenciando a jóvenes talentos como Víctor Santos y posibilitando un renacer de la viñeta noir, abriendo la puerta a la creación de comics tan imprescindibles como Balas Perdidas, Kane, Jinx, 100 Balas, Gotham Central o Criminal. Todo empezó aquí y la fuerza de ese impulso aun permanece con cada relectura.
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