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La Atalaya del Vigía Comic Digital
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Loveless: Balada triste del salvaje sur

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 11/04/2020
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Más allá de sus grandes hitos editoriales el sello Vertigo de DC Comics, también fue cuna de estimulantes rarezas y propuestas imperfectas que pasaron desapercibidas y/o conocieron su final de forma prematura. Obras no del todo desdeñables y que no solo probaban suerte con otros géneros dentro del saturado mercado mainstream, sino que incluso se atrevían a recuperar algunos largo tiempo desahuciados como el western. Un género que, desde su declive a mediados de los setenta, el cómic USA ha tocado de manera puntual, la mayoría en forma de ocasional revival de personajes clásicos como Jonah Hex, siendo menos aún las veces que ha apostado por propuestas originales como la que en su momento hizo Brian Azzarello con Loveless.

Consagrado gracias al éxito de 100 Balas y caracterizado por su querencia por la serie negra, Azzarello había tocado previamente el western con El Diablo, miniserie también editada por Vertigo que recuperaba de forma harto peculiar a un viejo personaje de la editorial a medio camino entre el western y el terror. Pese a compartir su mismo tono sombrío y violento, Loveless suponía en cambio una obra muy diferente y mucho más ambiciosa. Ambientada en Missouri en 1867, dos años después del final de la guerra de Secesión, el argumento narra el regreso al hogar de Wes Cutter, antiguo soldado confederado hecho prisionero de guerra y dado por muerto. Pero la paz tras la victoria del norte parece no haber llegado al pueblo de Blackwater donde rebeldes sudistas aun campan a sus anchas atacando a los soldados que ocupan la región, la represión a los antiguos esclavos no parece afectada por la abolición y todos los lugareños viven con rencores y cuentas pendientes que saldar.


Allí regresa Wes buscando a su esposa Ruth, agredida y repudiada por su apoyo a los insurgentes y que junto a su marido ha planificado una venganza contra todos aquellos que les traicionaron, tanto en un bando como en otro. Dosificando la información sobre los protagonistas y sus intenciones de cara tanto al resto de personajes como al propio lector, Azarello construyó una intriga centrada en la posición de Wes como recién nombrado sheriff de la ciudad que involucraba a varios personajes con intereses propios como Boyd Johnson, antiguo compañero de batalla de Wes y líder de la turba guerrillera que siembra el caos por la zona; Jeremiah Trotter, astuto magnate designado por el gobierno para la reconstrucción de Blackwater; Abram Rivers, líder de la comunidad dispuesto a todo para que el pasado no enturbie la nueva paz; Silas Redd, coronel nordista a cargo de la pacificación de la región; y Atticus Mann, antiguo esclavo fugado convertido primero en soldado confederado y luego en cazarrecompensas y con sus propios planes para ajustar agravios pasados.


Lejos de relatos de frontera, luchas contra indios o largas travesías por praderas y desiertos el guión se centraba en las heridas provocadas por la guerra civil y como las mismas estaban muy lejos de cicatrizar, convirtiendo Blackwater en un hervidero donde solo hacía falta la chispa adecuada para que todo estallase. Entre los personajes no hay inocentes, pero tampoco culpables: solo supervivientes marcados por un pasado que sienten que su tiempo se acaba. Azzarello se tomó su tiempo para dibujar el interesante microcosmos de la serie, consagrando varios números a profundizar de manera individual en ciertos personajes. El carácter violento, perverso, manipulador y vengativo de todo el reparto remachaba una visión crepuscular y descarnada del western reminiscente de cineastas como Sam Peckinpah o Clint Eastwood pero que, en su interés por las intrigas, traiciones y personajes ambiguos, recordaba sobre todo a la magnífica (y también prematuramente cancelada) serie televisiva Deadwood (HBO, 2004-2006).


Un tono extensible al apartado gráfico a cargo inicialmente del argentino Marcelo Frusin. Colaborador de Azzarello en su discutida etapa en Hellblazer y con un trazo y una narrativa reminiscentes al Eduardo Risso de 100 Balas, calificar de “sombrío” a su arte no es baladí, pues el dibujante hace un uso recurrente de las masas de negro y su contraste luminoso que afecta a los personajes cubriendo deliberadamente su rostro y/o su figura de manera total o parcial como mecanismo expresivo, dotándoles así de un tono ominoso y ambiguo. Con un uso frecuente de las viñetas panorámicas y un trazo dinámico y lleno de detalles que resaltan la crudeza, suciedad y decadencia de personajes y escenarios (más parecido en ese aspecto al spaghetti western italiano que a los clásicos del cine norteamericano), la sintonía de Frusin y Azzarello en la narración es absoluta, dando pie a hallazgos como el original uso de flashbacks que con la ayuda de una paleta de color distinta aparecen superpuestos en las mismas viñetas, mostrando acciones del pasado y del presente de forma simultánea como contraste que ayuda a dibujar la personalidad y motivaciones del personaje de turno.


Todo suena estupendo ¿Verdad? Pues no, porque tras la primera docena de números la serie comenzó a dar bandazos tanto a guión como a dibujo. De manera repentina el argumento dio un brusco giro con la inesperada muerte de uno de los protagonistas, desplazando el peso de la narración hacia otras manos. Un giro que más que sorprendente resultó desconcertante y cuyo impasse el guión mantuvo durante demasiados números, dando la sensación de que el tren había descarrilado. Casi en paralelo Frusin abandonó los lápices para limitarse a las portadas, siendo sustituido de forma alterna por dos ilustradores muy diferentes. Uno fue el croata Daniel Zezelj, dibujante de la ya mentada El Diablo y dueño de un estilo áspero y oscuro bastante adecuado para la narración pero que adolecía de un dinamismo y una expresividad muy inferiores a las de su predecesor. El otro sería el italiano Werther Dell´Edera, mucho más agradable visualmente pero también tremendamente esquemático e impersonal en comparación con los otros dos.


Para cuando el guión comenzó a atar cabos y llevar todas las tensiones hacia su punto culminante, el interés ya se había enfriando lo suficiente como para que muchos hubiesen dejado la serie. Asimismo tras el arco Caída de Blackwater (#16-21), con una revelación en sus páginas finales sobre el pasado de Wes y Ruth que habría llevado la serie hacia otros ambientes, Azzarello tuvo la idea de consagrar los tres números siguientes a historias individuales que trasladaban la narración varias décadas en el futuro y relacionadas muy tangencialmente con el argumento previo, provocando una desconexión aún mayor por parte del lector. Publicado en 2008, el #24 fue el último antes de que la editorial echase el cierre por las bajas ventas, dejando así inédita la segunda mitad de una trama inicialmente pensada por su guionista con una duración de cincuenta entregas. Debido al régimen de derechos de Vertigo teóricamente Azzarello aún podría recuperarla en un futuro bajo otro pabellón, pero el descontento con el resultado final (compartido por el propio guionista en entrevistas posteriores) parece ser un obstáculo insalvable. Con todo Loveless supone una obra deliciosamente imperfecta que servidor prefiere recordar por sus interesantes virtudes antes que por su innegables defectos.


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