Sam Kieth es posiblemente uno de los autores más inclasificables del cómic USA. Esta valoración es aplicable tanto a su trayectoria profesional (alternando encargos para grandes editoriales como Marvel y DC Comics con obras de creación propia para sellos independientes), como a su propio arte, siendo este último una amalgama de estilos, formas y técnicas a priori contradictorias que inesperadamente crean una visión ecléctica y rabiosamente personal. Y en toda la trayectoria de Kieth posiblemente no exista una obra más ecléctica y rabiosamente personal que The Maxx.
Publicada en 1993 en la recién creada Image Comics, The Maxx se coló de tapadillo en la estela de Spawn, WildCATS, Youngblood y demás títulos estrella de estética impactante a cargo de los dibujantes más cotizados del mercado. Pero bastaba un simple vistazo a sus páginas para que el lector rápidamente se diese cuenta de que la obra de Kieth nada tenía que ver con sus compañeros de editorial. Sí, el protagonista lucía un llamativo disfraz amarillo y morado, una anatomía de músculos hipertrofiados acorde a las modas del momento y unas letales cuchillas en sus guantes. Pero todo lo demás se parecía más bien poco a un cómic de superhéroes. Para empezar su trama estaba protagonizada por unos personajes marcados por traumas y miserias cotidianas, mostrados con una narración que saltaba alternativamente de la realidad más gris y cotidiana a un territorio de fantasía poblado de criaturas fantásticas.
Aunque Kieth ya había dado a luz a una versión previa del personaje en las páginas de Primer (cabecera antológica de la editorial Cómico), el debut oficial del protagonista tuvo lugar en una historia corta de la antología Darker Image como preludio al primer número de su propia cabecera. Con guiones firmados a cuatro manos por el propio Kieth junto a William Messner-Loebs (con quien ya había colaborado en la humorística Epicuro el Sabio), The Maxx narraba las andanzas de su personajes titular, un fornido vagabundo ataviado con un extraño disfraz de conejo morado (sic) que continuamente sueña despierta con aventuras heroicas en El Interior (The Outback), un mundo fantástico inspirado en el desierto australiano y poblado por extrañas criaturas como los Isz, pequeños seres de color blanco, cuerpo redondo y sin ojos. El único vínculo de Maxx con la cordura es Julie Winters, una asistente social de traumático pasado que se proyecta en las fantasías del protagonista como una exótica amazona llamada Reina Leopardo.
Sin embargo la línea divisoria entre realidad y ficción empieza a resquebrajarse cuando los Isz comienzan a aparecer en el mundo real -cambiando a color negro y volviéndose tremendamente voraces- atraídos por Mr. Gone, un hechicero y asesino que parece obsesionado con Julie. Entre medias también encontramos a Sarah, una introvertida adolescente amiga de Julie que acabará jugando un papel crucial. Pese a momentos concretos donde Kieth y Loebs parecían querer parodiar los excesos del cómic de superhéroes con peleas absurdas e hiperviolentas al mismo tiempo que lo utilizaban como reclamo comercial (incluyendo las ocasionales apariciones de otros personajes de la editorial como Savage Dragon y Pitt), el motor de la serie era el peculiar vínculo entre este cuarteto de personajes y los secretos que cada uno escondía respecto a su propio pasado. El resultado era una historia de corte sorprendentemente intimista con elementos propios del psicoanálisis (el mundo de los sueños, las fantasías reprimidas, los traumas ocultos) y tocando temas como el feminismo, la paternidad, el miedo al abandono, las agresiones sexuales, el sentimiento de culpa y la aceptación de uno mismo. Todo ello expresado de forma madura y sofisticada, sin caer en sermones y/o quedarse en la superficie del asunto.
Resulta tan insólito como en el fondo apropiado que semejantes ambiciones argumentales fuesen plasmadas por el excesivo y delirante grafismo de Kieth, que combina elementos que van de la caricatura al hiperrealismo, pasando por el cartoon (la secuencia de “dibujos animados” del #5, ilustrada por el animador Dave Feiss), el boceto o el dibujo convencional. Todo ello en una mezcla que cambiaba no de un número al siguiente, sino de una página a otra e incluso de una viñeta a la contigua. El resultado era un personalísimo despliegue visual con páginas de planificación inquieta e imágenes simbólicas que por momentos recordaban a la pintura surrealista.
Con semejantes credenciales resulta difícil creer que una obra así fuese posible. Y más en el tremendamente competitivo terrero del cómic mainstream de principios de los 90. Con todo la serie logró cierta repercusión que le permitió generar un spin-off titulado Friends of Maxx (tres especiales protagonizados por personajes secundarios con historias sobre su vida cotidiana) e incluso un peculiar crossover compartido con Gen 13. También llegaría a protagonizar su propia serie de animación producida por la cadena MTV y realizada por Greg Vanzo (Los Simpsons, Futurama). Un show televisivo que a lo largo de su única temporada adaptó la primera docena de números de manera bastante fiel, reproduciendo incluso la inusual estética del cómic alternando varios tipos de animación.
Siguiendo su propia lógica y ritmo internos la serie llegó a un punto y aparte tras veinte números, cerrando la historia de Julie y Maxx tras revelar el secreto que les unía en el origen del peculiar héroe. A partir del #21 –número que contó con la participación especial como coguionista del mismísimo Alan Moore- Kieth, ya sin Loebs, inició la “segunda temporada” de la serie cediendo el protagonismo a Sarah y con la presencia de un nuevo Maxx llamado Norbert caracterizado por un disfraz de caballo con una capa hecha de retales. Una secuela tan original, críptica y personal como su predecesora que se extendería hasta el #35, que ponía punto y final tanto a la nueva trama como a la propia cabecera. Tendrían que pasar dos décadas hasta que en 2018 Kieth se decidiese a revivir a al personaje en miniserie crossover Batman/The Maxx: Arkham Dreams, cuyo argumento recuperaba al protagonista original y su imaginería onírica para mezclarla con el Hombre Murciélago y su demente galería de villanos.
Rareza entre las rarezas, The Maxx no es una obra de lectura fácil. Ni tampoco asequible para todos los paladares. Es de hecho un cómic cuya lectura exige un esfuerzo suplementario para entrar en el juego que propone su autor. Muchos pueden encontrarlo demasiado denso. A otros quizá les parezca excesivamente pretencioso. Pero también es uno de los cómics más originales que servidor se ha echado a la cara, con mucho que rascar a poco que se mire más allá de su aparentemente absurda superficie.