"Eres tan desagradable que incluso yo estoy impresionada. ¿Visitas también orfanatos para contarle a los niños que no existe Santa Claus?" Emma Frost a Agente Brand / Astonishing X-Men #22
La televisión siempre ha estado fascinada por la vida después de la muerte. Siendo un terreno perfectamente abonado para que florezcan relatos de ciencia-ficción o terror, este rincón del imaginario popular ha contado con infinidad de aproximaciones a la naturaleza y características de esa post-vida que se cierne sobre nosotros como el enigma definitivo a nuestras existencias. Películas como Ghost, Más Allá de los Sueños, El Sexto Sentido o Línea Mortal; libros entre los que encontramos el relato que dio origen a la citada Más Allá de los Sueños de Richard Matheson, La Divina Comedia, Desde Mi Cielo, Hell o incluso, la icónica Frankenstein; y, por supuesto, series como Tan Muertos como Yo, Autopista Hacia el Cielo, Miracle Workers, Black Mirror o The Good Place nos han dado su propia versión de la vida en el más allá y qué ocurre una vez que dejamos atrás nuestra existencia cotidiana en este mundo.
Resulta muy complicado encarar esta reseña sin hablar de dos de los ejemplos televisivos citados en el párrafo anterior debido tanto a su coexistencia en la oferta televisiva de los últimos años como a sus indiscutibles conexiones temáticas. Por un lado, encontramos la imprescindible The Good Place, creada por Michael Schur (Parks and Recreation junto a Daniels), que nos ofreció durante sus cuatro temporadas una visión del Cielo “clásico” con las buenas o malas acciones del ser humano durante su vida como determinante para alcanzar ese sitio bueno al que hace referencia el título del show. La frescura de su planteamiento, personalidad de sus secundarios e indudable magia de su núcleo de protagonistas -con Ted Danson demostrando una vez más sus capacidades como uno de los actores más versátiles del panorama actual- unido a un sentido del humor pasado de vueltas y un ojo siempre puesto en las situaciones más ridículas posibles, la han convertido en una de las mejores propuestas catódicas de los últimos años y han ofrecido al espectador no sólo icónicos momentos de la pequeña pantalla sino episodios que conseguían tratar temas candentes y preocupantes de nuestra sociedad actual de manera sincera y emotiva.
En la esquina opuesta al planteamiento amable y cercano de The Good Place encontramos una de las más rompedoras y radicales apuestas televisivas de los últimos tiempos. Black Mirror ha sido desde su creación una propuesta antológica que, con esos espejos oscuros que rigen nuestros destinos desde dispositivos móviles e interactivos, ha mostrado al espectador lo peor de la tecnología y las consecuencias de olvidar la realidad humana en favor de esa existencia hipertecnologizada que se va instaurando como modo de vida en la sociedad actual. Estas fábulas de la era digital sirven como advertencia de los peligros de dejarnos ahogar por la simpleza y comodidad de abandonar nuestras realidades terrenales para alcanzar ese nirvana prometido por las posibilidades de una existencia megatecnológica. Sus episodios han recorrido todo el espectro de futuros oscuros y avances “imposibles” en una selección de historias con una pátina innegable de pesimismo y fatalidad ante el porvenir de la raza humana.
A medio camino entre el optimismo mágico de The Good Place y el desánimo fatalista de Black Mirror podemos encontrar Upload, nacida de la mente del interesante Greg Daniels (The Office US, Los Simpsons o P&R) y lanzada por Amazon Prime este mes de mayo. El guionista decide ofrecernos una nueva versión de esa existencia tras nuestra muerte terrenal nacida de la invención de una tecnología que permite “subir” la conciencia de los fallecidos a un paraíso virtual, donde continuar nuestros días alejados de las ataduras de la realidad. Por supuesto, siempre que el finado pueda permitirse los astronómicos pagos de estos edenes informáticos ya que, nunca lo olvidemos, toda tecnología creada en nuestro mundo exige un pago a las omnipotentes megacorporaciones que, en este caso, se convierten en una suerte de guardianes con datáfono de las puertas celestiales.
Nathan Brown (Robbie Amell) es un informático que, tras morir en un accidente de vehículo autodirigido (porque aunque son imposibles, pasan), ve como su adinerada y algo superficial prometida Ingrid (Allegra Edwards) carga su mente en Lakeview, uno de los edenes virtuales más chics del momento. Sin embargo, el hecho de que su despótica novia sea ahora, literalmente, su propietaria no es algo que Nathan se tome demasiado bien y, tras conocer a algunos de los residentes de su nueva realidad, la existencia de nuestro protagonista distará mucho de esa felicidad eterna que anunciaban los spots de la megacorporación.
Sin embargo, la aparición de su “ángel”, nombre que reciben los trabajadores encargados de velar por las necesidades y ansiedades de los habitantes de Lakeview, hará que Nathan mire su nueva “vida” con otros ojos y comience a sentir una correspondida atracción por Nora(Andy Allo) que, desgraciadamente, no será fácil debido a la política de empresa y al hecho de estar muerto.
Daniels construye su serie a dos niveles perfectamente diferenciables que, en la mayoría de los casos, coexisten de manera orgánica y permiten al espectador navegar entre las cuestiones morales y filosóficas con las que el show sacude a su audiencia. Por un lado, tenemos la relación entre Nathan y Nora que, siguiendo la fórmula de la comedia romántica, se convertirá en el alma del show y nos hará preguntarnos cuando terminarán juntos. La indiscutible química y simpatía compartida por Amell y Allo es uno de los puntos fuertes de la serie que, sumado a un magnífico plantel de secundarios, dan a la propuesta una personalidad propia.
En el otro extremo, el guionista introduce una trama de misterio que nos plantea la posibilidad de que la muerte de nuestro protagonista no haya sido accidental. La desaparición de algunas memorias de Nathan tras su “resurrección” hará que Nora emprenda una investigación que puede tener mucho que ver con los planes para el lanzamiento de una aplicación que permitiría a los más pobres acceder a su propia versión del paraíso digital. Como bien dice el secundario interpretado por William B. Davis -sí, amigos, el fumador de Expediente-X vuelve a interpretar a uno de sus desagradables personajes patentados- entre risas: “Ya, seguro… Pusiste en jaque una industria de 600.000 millones de dólares y no te asesinaron”.
Rebosante de ideas innovadoras, buenos personajes y algo de comedia bizarra, la primera temporada de la serie se convierte en una presentación perfecta para el show con escenas que hacen reír en un primer momento pero dejan un poso de intranquilidad por lo plausible de muchas de las situaciones planteadas. Aspectos como esa lucha de clases por una vida después de la muerte digna, el papel de las megacorporaciones en el final de nuestra existencia terrenal cuando se transforma en un negocio o esos moradores de Lakeview con un plan de datos de sólo 2 GB harán sin duda sonreír al espectador, pero también le llevarán a preguntarse lo alejadas que pueden estar de un hipotético futuro en el que exista algo parecido a estos paraísos virtuales.
Mención especial para secundarios como Luke (Kevin Bigley), autodenominado mejor amigo de Nathan; Aleesha (Zainab Johnson), compañera de trabajo de Nora culpable de algunos de los mejores gags de la propuesta gracias a sus escenas compartidas con Luke; Dylan (Rhys Slack), residente de Lakeview encerrado en el cuerpo de un niño durante los últimos años ya que sus padres se niegan a dejarlo crecer; o las múltiples encarnaciones de la Inteligencia Artificial a cargo de Lakeview interpretadas de manera ridícula y brillante por Owen Daniels.
Una interesante nueva adición al catálogo Amazon que hará las delicias de los amantes de la comedia con garra que, afortunadamente, ya tiene una segunda temporada anunciada.