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Adolf: Historia de tres vidas y una tragedia

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 04/10/2020

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La obra de Osamu Tezuka es sin duda uno de los grandes hitos de la historia del cómic mundial. Y lo es tanto por cantidad como por calidad. A lo largo de sus cuatro décadas de carrera publicó un total de 700 mangas (en paralelo a su también prolífica labor en el mundo del anime) que abarcan todo tipo de géneros y temáticas para toda clase de públicos: adaptaciones literarias (La Nueva Isla del Tesoro), ciencia ficción (Astroboy), biopics (Buda), suspense (Blackjack), romance (La Princesa Caballero), epopeyas sobre el pasado y el futuro (Fénix), historias de corte adulto (MW)… la creatividad del apodado “Dios del manga” no tenia parangón, siendo uno de los autores que mas pusieron a prueba los límites expresivos de la viñeta y sus posibilidades narrativas. Y de entre todas sus obras Adolf es quizá una de las que mejor recoge ese potencial capaz de rivalizar con medios a priori mejor considerados como la literatura o el cine.


Adolf es una obra de corte histórico centrada en uno de los sucesos más determinantes de la historia de la humanidad: la IIª Guerra Mundial y el auge del fascismo. Y lo hace mediante la historia paralela, y en ocasiones coincidente, de tres personajes íntimamente conectados con el nombre que da título a la obra. La historia arranca en la Alemania de 1936, donde la celebración de los Juegos Olímpicos es utilizada por el régimen de Adolf Hitler como escaparate para demostrar su poderío al resto del mundo. Allí un periodista japonés llamado Sohei Toge investiga la muerte de su hermano asesinado en extrañas circunstancias. Dicha investigación acaba teniendo relación con unos documentos que demostrarían la ascendencia judía del propio Adolf Hitler, algo que de salir a la luz pondría en jaque todo el discurso ideológico nazi. Una premisa que recuerda a un thriller de suspense de corte hitchcockiano que en realidad es solo el punto de partida que acaba alcanzando la historia de otros dos personajes: Adolf Kaufmann, el hijo mestizo del cónsul alemán en Japón y Adolf Kamil, hijo de judíos refugiados en Japón.


La búsqueda de esos reveladores documentos y los sucesivos intentos para destruirlos y/o revelarlos se convierte en el macguffin que aporta tanto el nexo de unión como los sucesivos giros argumentales de las tramas de los tres protagonistas. Tres historias entrelazadas mediante las que Tezuka expone temas como el racismo, el fanatismo, la amistad, la traición y la violencia. Así la sincera amistad de infancia entre Kaufmann y Kamil pronto se tuerce debido a sus diferencias ideológicas y raciales exacerbadas por el estallido de la guerra dando pie a un antagonismo letal, mientras que la búsqueda de la verdad acaba convirtiendo en un infierno la vida de Toge, perseguido por las autoridades alemanas y japonesas y sobrepasado (como el resto de personajes) por las circunstancias de la historia. Una historia que acaba dejando cicatrices y secuelas que se prolongarán durante todo el conflicto e incluso más allá, como narra ese capítulo final ambientado décadas después en tierras de Palestina.


A priori Adolf puede ser una obra engañosa para el lector neófito, por cuanto la estética de la misma no parece corresponderse con la gravedad de su temática ni la seriedad de su tono. El trazo limpio y con rasgos propios del dibujo animado que Tezuka convirtió en su marca de fábrica, generalmente asociado a las publicaciones de corte infantil que proliferaron especialmente durante su primera etapa, es la rama que dificulta ver el bosque de una obra madura, reflexiva y con una vocación casi documental (pese a algún ocasional gazapo cultural, como cierta escena que representa el ritual de oración hebreo como si se tratase de una iglesia católica) de corte humanista. Una obra que además no se corta en mostrar escenas violentas (torturas, asesinatos, ejecuciones) sin escatimar detalles explícitos.


Esa estética tan ligera también puede distraer respecto a talento de su autor para la narración secuencial, haciendo uso habitual de una distribución de páginas de entre siete y nueve viñetas procurando que cada una aporte algo a la narración (una expresión de los personajes, una acción, un escenario, el subrayado de un pequeño detalle) haciendo que la lectura sean tan densa en contenido como fluida en ritmo. Por otro lado, y pese a apostar por el realismo, Tezuka aporta ocasionales momentos de abstracción estética, siendo el mejor ejemplo una violenta escena sexual que es visualizada mediante una onírica secuencia donde el cuerpo de la mujer es “masticado” (sic) por una enorme boca de dientes afilados, matando así dos pájaros de un tiro al esquivar la censura y reforzar su contenido mediante un impactante simbolismo.


Adolf fue publicada originalmente por capítulos entre 1983 y 1985 en las páginas de la revista semanal Shukan Bushun, una publicación de la editorial Bungeishunju que curiosamente no se dedicaba al manga sino a la información periodística, poniendo de relieve la intención del autor de llegar con esta obra más allá del público habitual de cómic. Intención presente ya en el propio título original japonés (Adolf ni Tsugu), cuya traducción aproximada vendría a ser “Informe sobre Adolf”. Recopilada posteriormente en cinco tomos, Adolf no llegaría a España hasta finales de la década de los 90, siendo ya reconocida como una de las cumbres tanto de su autor como del cómic. Desde entonces ha conocido varias ediciones a cargo de Planeta Comics, siendo la actual la primera presentada con el sentido de lectura oriental original (evitando así errores gráficos ajenos a la obra en sí como las esvásticas invertidas y la representación del saludo nazi con el brazo izquierdo). La excusa perfecta para (re)descubrir una obra capital cuya lectura va más allá de la simple afición al noveno arte.


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