Satélite Sam: Perversiones catódicas
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En los últimos años la carrera de Howard Chaykin parece estar viviendo una segunda juventud. Mediante su asociación con Image Comics el creador de American Flagg! ha elaborado una serie de proyectos propios -Los Estados Divididos de Histeria, Hey Kids! Comics!- en los que ha podido dar rienda suelta a su creatividad sin las concesiones de sus recientes colaboraciones para Marvel o DC. Una fecunda etapa que está llegando a España gracias a Dolmen Editorial y que a los dos títulos previamente mencionados suma ahora la publicación de Satélite Sam, serie donde el veterano historietista une fuerzas con Matt Fraction en una obra que incide en las obsesiones habituales del veterano creador sin caer en la repetición mecánica ni en la nostalgia gratuita.
Ambientada en el Nueva York de 1951, Satélite Sam toma como escenario de su trama la llamada Edad de Oro de la televisión, cuando la “caja tonta” comenzaba a implantarse de forma masiva en todos los hogares de unos Estados Unidos. Un país recién salido de la IIª Guerra Mundial que miraba el futuro con optimismo pero en cuyo seno latían la corrupción, la paranoia y la represión. Una época donde las pequeñas cadenas locales luchaban por hacerse con su porción de un pastel televisivo sujeto a estrictas regulaciones del gobierno que marcaban la diferencia entre el triunfo y el fracaso. Un periodo donde el medio aún estaba descubriendo sobre la marcha sus posibilidades tanto artísticas como comerciales. Ese es el contexto que los autores toman como motor argumental la producción de “Satélite Sam”, un serial de ciencia ficción de escaso presupuesto rodado en directo que supone el mayor éxito de audiencia de la cadena LeMonde. Un éxito que peligra cuando Carlyle White, creador y protagonista del serial, aparece asesinado en su casa rodeado de una vasta colección de fotos pornográficas. Michael White, hijo del difunto actor y su sucesor en el serial, inicia así una investigación que irá desvelando toda clase de turbios secretos sobre un grupo de personajes que incluye al resto de actores y equipo técnico del serial, cada uno con sus propios esqueletos en el armario.
A priori resulta curioso que semejante premisa, que a lo largo de su desarrollo reúne algunos de los elementos más reiterados de la obra de Chaykin -su obsesión con la década de 1950; personajes turbios y amorales; un tono crítico sobre temas como la política, el racismo y las desigualdades sociales; el uso recurrente del humor negro y la violencia; o la presencia casi constante de sexo explícito, especialmente en su variante oral- no venga firmada por el veterano autor sino por Matt Fraction, guionista mucho más joven y con una trayectoria más dispersa temáticamente. Pero lejos de ser una imitación o pastiche de los tropos más reconocibles de Chaykin, el guión de Fractión sabe alcanzar entidad propia que, partiendo de una premisa propia del genero noir, poco a poco va evolucionando dejando en segundo plano la intriga sobre quien mató a Carlyle White para centrarse en las motivaciones de los personajes.
Personajes que incluyen entre otros a un guionista chantajeado por su condición homosexual; dos ambiciosos actores secundarios dispuestos a todo para saltar a la primera fila; una actriz que enmascara los vicios de su pasado a través de la religión; un ambicioso técnico amenazado por su raza mestiza; una brillante asistente injustamente denostada por su condición de mujer; un empresario envuelto en una enfermiza relación personal y profesional con un político sin escrúpulos; y un joven técnico inesperadamente metido a actor que lucha contra su propio alcoholismo mientras intenta descubrir cómo era realmente el difunto padre al que creía conocer. Fraction crea una red de tramas argumentales densa y cuidadosamente entrelazada que se lee como un todo compacto mayor a la simple suma de sus partes. Que el dibujante de esta historia cuyo tono recuerda al mejor Howard Chaykin (el de Blackhawk o Black Kiss) resulte ser el propio Chaykin mas que una ironía resulta ser la guinda de un pastel del que se saborea cada bocado.
Más allá de su influencia en la trama y sus aportaciones en la narración visual (incidiendo aquí en su habitual canon de viñetas apaisadas complementadas con viñetas detalle y/o el uso de la rejilla vertical), la labor del Chaykin dibujante permite hacer una interesante reflexión estética sobre su trabajo más reciente. Y es que la decisión de publicar en blanco y negro, reproduciendo así la estética televisiva de la época retratada, supone librarse del coloreado digital que el dibujante viene utilizando desde principios del nuevo siglo con poca fortuna. Un coloreado que en muchos casos enmascara el detalle de sus lápices y lo emborrona bajo unos brillos y tramas de color que no solo recargan inútilmente la viñeta, sino que dan al resultado un tono excesivamente artificial que acaba jugando en su contra. En cambio el estoico blanco y negro de estas páginas permite apreciar mejor tanto la expresividad de los personajes como el detalle de unos fondos que recrean fielmente la época.
La presente edición de Dolmen en formato integral recopila los quince números originales de la serie añadiendo asimismo todos los extras de su posterior edición en tomo. Un contenido adicional que incluye dos historias cortas (incluida una parodia de los cómics pornográficos de la época conocidos como “Biblias de Tijuana”), una galería de portadas (en las que Chaykin se explaya a gusto en su obsesión por la figura femenina y la lencería erótica) y varias conversaciones entre guionista y dibujante que aportan enriquecedores datos no solo sobre la obra en sí, sino también sobre la época y el escenario donde se desarrolla. Una estupenda edición para una estupenda obra que quizás eche apara atrás al comprador neófito o al lector ocasional debido a su precio, pero que se verá recompensado hasta el último centavo a medida que vaya pasando las páginas. Solo o acompañado, Satélite Sam es la más reciente prueba de que a Chaykin aún le queda cuerda para rato.
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