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Factor X: La sorpresa inesperada de Peter David

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 08/11/2020
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La sinergia editorial de Panini Cómics ha hecho coincidir el lanzamiento de la nueva serie dedicada a Factor-X junto al siguiente tomo que recopila la encarnación previa de la cabecera mutante de Marvel. Ambas iteraciones tienen sin embargo una deuda creativa con la primera serie del grupo creada en la década de 1980. Pero sobre todo con la etapa escrita a principios de los noventa por Peter David. Una etapa breve, de planteamiento humilde, sin grandes lujos editoriales ni segundas oportunidades en forma de reediciones y/o recopilatorios pero cuyos hallazgos e influencia siguen siendo palpables casi tres décadas después.

Corría 1991 y los mutantes de Marvel eran el cómic más vendido del mundo. Literalmente: los siete millones y medio de ejemplares de X-Men #1 siguen siendo un récord aún imbatido. Y entre las novedades que incluía dicho número estaba la reincorporación al grupo de los personajes fundadores del mismo que desde hace un lustro protagonizaban su propia cabecera bajo el nombre de X-Factor. Dicho movimiento creativo unido a la marcha de su hasta entonces guionista Louise Simonson dejó la serie en un limbo creativo que, debido a sus buenas ventas, los editores decidieron solventar dando un giro a la cabecera cediendo el protagonismo de la misma a personajes secundarios y/o olvidados de la franquicia mutante como Kaos, Polaris, el Hombre Múltiple, Loba Venenosa, Fortachón y Mercurio. El encargo de realizar este “remiendo” fue encomendado a Peter David, guionista que con su labor en Hulk había demostrado un talento único para sacar oro de filones argumentales a priori agotados.


Tras un primer número de transición (#70 USA) donde David se limitaba cerrar los cabos sueltos del crossover de turno en X-Factor #71 USA se presentaba la nueva formación del grupo, reconvertido ahora en un equipo patrocinado por el gobierno de los EE.UU. para ocuparse de asuntos relacionados con mutantes y supervisado por la agente federal Valerie Cooper. Sabiendo que la atención estaba puesta en sus hermanas mayores y sin personajes superventas que llamasen la atención, David le dio la vuelta a la situación convirtiendo esa debilidad en una ventaja: si a nadie le importaban los personajes ni la serie, tenía libertad prácticamente absoluta para hacer lo que le viniese en gana con su pequeña parcela de la franquicia mutante.


Frente a la habitual sucesión de escenas de acción al servicio de dibujos impactantes cultivada en el resto de series X por gente como Jim Lee, Rob Liefeld o Whilce Portacio, David decidió enfocar la serie en el desarrollo de unos personajes cuyo potencial apenas había sido explotado hasta la fecha. Personajes presentados en la época clásica de los X-Men adquirían por fin una personalidad tridimensional con rasgos como la tirante relación de Kaos y con hermano Cíclope, la inseguridad que Polaris disfrazaba tras una pose de mujer atractiva y poderosa o la frustración de Mercurio por tener supervelocidad en un mundo que a sus ojos parece moverse a cámara lenta. El miedo a la soledad de un Jamie Madrox pese a su habilidad para crear dobles; el dolor físico que supone el aspecto de Guido Carosella o los devaneos sentimentales (triángulo amoroso con Kaos y Polaris incluido) de una Rahne Sinclair que buscaba dejar a atrás a la chica acomplejada y temerosa de Dios que conocimos en Los Nuevos Mutantes eran el motor de una serie que convertía la interacción de tan diferentes caracteres en su principal atractivo. Un enfoque que el guionista llevaría a su culmen en el #87, episodio donde el grupo era sometido a una sesión de psicoanálisis para evaluar su actividad como agentes del gobierno. Una historia basada en el diálogo puro y duro que resultaba absorbente por la forma en que lograba que el lector sintonizase con los personajes.


David barnizaba todo ello con un contagioso sentido del humor en forma de ácidos diálogos –cuando el resto del equipo ridiculiza el apodo de Fortachón después de que este lo anuncie ante la prensa- y numerosos guiños a la cultura pop –como dar a entender que Valerie Cooper sea la hermana del protagonista de Twin Peaks; o ese sueño donde Loba Venenosa y Feroz parodian los dibujos animados Ren & Stimpy- que emparentaban el resultado con la Liga de la Justicia del trío Giffen/DeMatteis/Maguire antes que con el resto de series mutantes. Sin embargo pese al tono jocoso, el guionista no tenía problemas para incluir argumentos dramáticos con temas serios. En la línea del mejor Chris Claremont, David usaba aquí el elemento fantástico de la condición mutante para hablar de asuntos como la discriminación (un científico desarrolla un nuevo método para detectar mutantes durante el embarazo que implica peligrosas aplicaciones), el racismo (el equipo investigando a un sospechoso de asesinato cuyo único crimen parecer simplemente ser mutante), los trastornos de personalidad (un doble de Madrox desarrolla conciencia propia y se convierte en un asesino), la inmigración (un grupo de mutantes de Genosha solicita asilo político creando un conflicto internacional) o la corrupción (las maniobras de un senador anti-mutante para destruir al grupo).


La parte gráfica de la mayoría de esta etapa corresponde a Larry Stroman, dibujante con un trazo anguloso y ciertas carencias en lo referente a la anatomía pero dotado de un sentido de la narración más fluido y sin recurrir a “poses” que otros dibujantes de series mutantes de la época. Ello aportaba una identidad visual propia interrumpida por sustitutos ocasionales en forma de nuevas promesas como Mark Pacella o Jae Lee, responsable este último de tres números (#84-86) que David se vio obligado a incluir dentro del evento mutante La Canción del Verdugo, interrumpiendo con ello sus propias historias. Un primerizo Joe Quesada se hizo cargo de la serie en el #87 (el mentado número del psicoanálisis) prometiendo con la expresividad de sus personajes y sus elaborados diseños de página lo que parecía una nueva y estimulante etapa. Etapa que desgraciadamente se vio cortada de cuajo tan solo dos números después.


Y es que pese a su posición secundaria dentro del sello mutante la serie seguía formando parte del mismo. Y como tal estaba sujeta a las imposiciones derivadas por las series principales (crossovers, uso de los personajes por parte de otras cabeceras, cambios habituales de dibujante de cara a probarlos para títulos de mayor calado) que minaban la libertad creativa que precisamente había hecho crecer enteros a la serie. Un hastiado David incapaz de seguir trabajando en dichas condiciones abandonó la cabecera tras el #89. X-Factor continuaría su andadura durante cinco años más, pero la sosa labor de sustitutos como Scott Lobdell, J.M. DeMatteis y Howard Mackie no pudo eliminar la sensación de que Marvel había dejado escapar una oportunidad única. Una sensación refrendada cuando diez años después David se hizo cargo de una nueva serie del grupo que, pese a volver a padecer algunos de los mismos problemas antes citados, el guionista logró convertir en uno de los títulos más estimulantes de la editorial durante la siguiente década. Pero todo eso ya se encontraba aquí, en esa fugaz etapa de apenas veinte números que hasta la fecha no ha sido reeditada ni recuperada de forma alguna por los editores españoles pese a su innegable calidad. Señores de Panini España: ¿Hasta cuándo planean dejar dicha asignatura pendiente?


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