La avaricia dañará al cómic
En las últimas semanas han sido noticia varios casos que han puesto de relevancia el tema de los derechos de autor en el mundo del cómic. Gary Friedrich, creador de el Motorista Fantasma, había demandado a Marvel por los beneficios obtenidos a raíz de la película del personaje. Nada nuevo para una editorial que en los últimos años ha tenido que lidiar con las reclamaciones de Joe Simon sobre el Capitán América o de los herederos de Jack Kirby por un enorme número de personajes. La novedad es que la apelación de la editorial, además de no darle la razón a Friedrich, también le ha condenado a pagar una elevada suma en concepto de todos los beneficios que el autor ha obtenido por uso no autorizado del personaje (como en los dibujos firmados en convenciones). Un matiz diferenciador que cambia enormemente la relación entre las grandes editoriales y autores.
Los motivos tanto del aumento de las reclamaciones como de la feroz respuesta utilizada por la editorial obedecen a que los cómics ya son algo mucho más que tebeos: son licencias multimedia de beneficios millonarios asociadas a gigantes empresariales a los que no les hace ninguna gracia que alguien aparezca de improviso adelgazando sus beneficios. La contundente respuesta de Marvel a Friedrich viene suscitada por su actual pertenencia a Disney (la misma compañía que durante décadas obligó a autores como Carl Barks a firmar anónimamente sus cómics) y su deseo de advertir a otros autores de que atacarle no es gratis. Este tema es tan amplio y peliagudo que excede en mucho los limites de este espacio, pero de todos los debates posibles pocos parecen haberse fijado en lo que esta política agresiva puede suponer a largo plazo para autores y editoriales.
Ese miedo a la represalia brutal (de momento a Friedrich puede costarle la ruina) ciertamente hará que en un futuro los autores se lo piensen más de una vez (y más de dos) antes de reclamar lo que les pertenezca en caso de no sentirse justamente retribuidos. Pero ello también mermará las contribuciones que un autor se pensará en realizar cada vez que trabaje por encargo para una gran editorial, cosa que podría acabar dañando e incluso matando a la gallina de los huevos de oro. No sólo por la creación de nuevos personajes que enriquezcan el universo argumental (¿Habrían existido Lobezno, Punisher, Elektra, Lobo, John Constantine o los Runaways de mediar esta política?), sino por los diferentes tratamientos y añadidos a personajes ya establecidos por parte de autores posteriores que han acabado superando a la versión original (todo mi respeto a Stan Lee y Jack Kirby, pero los X-Men que se convirtieron en el comic más popular del mundo, los que han inspirado una franquicia cinematográfica de gran éxito, son obra de Chris Claremont).
Por otro lado, desde hace un tiempo los dibujantes de cómic han planificado su economía mediante los beneficios paralelos. Buena parte de sus ingresos vienen no sólo de lo que les paga el editor de turno a la entrega, sino también de la realización de ilustraciones por encargo en convenciones (las llamadas comissions) y la venta de originales. De hecho existen muchos autores que incluso planifican su jubilación gracias al mercado de los citados originales. Si dichas prácticas van a ser ahora objeto de persecución judicial e incluso multas económicas puede que más de un autor se plantee seriamente lo de dedicar su trabajo a una gran editorial o incluso al medio del cómic, optando por campos menos problemáticos e incluso mejor retribuidos.
De hecho, esta problemática puede llegar a afectar incluso a series propiedad de sus autores, como demuestra el reciente pleito entre Tony Moore y Robert Kirkman en relación a Los Muertos Vivientes. Cifras aparte ¿Quiénes son los grandes perjudicados? Sin duda, los lectores.
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