Constantine Nuestro bastardo favorito se pasa al versión Para Todos Los Públicos
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Hay ocasiones en que la fama es lo peor que te puede pasar en la vida. Esta frase podría servir de resumen a la reseña que estáis a punto de leer y que, a nuestro pesar, no va a conseguir ocultar nuestra desilusión ante esta versión “para todos los públicos” de nuestro protagonista que DC decidió presentar como parte de esos Nuevos 52 que buscaban acercar sus franquicias y personajes más conocidos a una nueva generación de lectores.
El caso de John Constantine es bien conocido entre los lectores de cómics. Nacido de la pluma de Alan Moore en la determinante La Cosa del Pantano, el personaje pronto captó la atención de los lectores y se convirtió en el protagonista de una colección nacida para destrozar moldes y convertirse por méritos propios en una de las lecturas más imprescindibles e importantes de la historia moderna del noveno arte. Nadie puede negar el atractivo de su toque sobrenatural y el carisma de este tramposo detective, pero era indudablemente su capacidad de disfrazar los problemas reales de nuestro mundo -pobreza, corrupción política, colonialismo, racismo…- de amenazas ultraterrenas y demoníacas lo que la elevaba a obra maestra con cada una de sus entregas.
La creciente popularidad de Constantine lo hizo formar parte de varios proyectos dentro del sello Vertigo que, al fin y al cabo, seguían perteneciendo a ese apartado del universo DC dedicado a narrar historias con un tono adulto que permitían al personaje disfrutar de su popularidad sin hacerle perder demasiado de su esencia transgresora y relevante.
Sin embargo, todo lo bueno tiene un final y los mandamases de DC no estaban dispuestos a dejar escapar ni un solo céntimo de los posibles beneficios que Constantine pudiera aportar a las hambrientas arcas de la editorial. La decisión era a partes iguales fácil y equivocada: integrar al “bueno” de John en el universo tradicional superheroico y convertirlo en el líder de los personajes del lado más esotérico de la editorial. ¿El problema de esta resolución? Que olvidaron todo lo que lo hacía único despojándolo de su significado real y su trascendencia como voz crucial en el hiperpoblado panorama comiquero mainstream.
De este modo, Constantine se vio convertido en el adalid de la Liga de la Justicia Oscura, despojado de su patentada flema británica y arrastrado a interminables crossovers superheroicos en una particular versión de los infiernos a los que se había enfrentado desde su primera aparición. Sí, estaba claro que su introducción en este nuevo universo significaba más visibilidad pero ¿iba a traducirse eso en más ingresos para los inversores DC y mayor repercusión en las tramas de los cómics de los Nuevos 52? Venga, esta respuesta la sabéis…
Como este primer plan no fue todo lo bien que se esperaba, la editorial decidió reestructurar sus esperanzas y devolver al personajes a sus raíces solitarias y esotéricas con una nueva propuesta liderada por Jeff Lemire y Ray Fawkes que se habían convertido en los escritores mágicos default de la compañía tras títulos como Animal Man, Trinity of Sin: Pandora, Frankenstein: Agente de S.H.A.D.E., La Guerra de la Trinidad, o la citada Liga de la Justicia Oscura.
¿El resultado? Un propuesta que, a pesar de ser toda una mejora a la anterior etapa, no deja de darnos una versión sin mordiente del investigador quedándose a medio camino en casi todos los aspectos. La elección de artistas de tono oscuro y personal como Jeremy Haun, Juan Ferreyra o Aco consigue acercarnos un poco a esos rincones sucios y tenebrosos que Constantine frecuentaba en su etapa Vertigo, pero la trama genérica en la que nuestro protagonista se enfrenta a una de esas siniestras sectas milenarias que proliferan en el cine de serie B llamada La Llama Fría no consigue arrancar a nuestro bastardo favorito de la mediocridad en la que estaba obligado a moverse en esa etapa.
Una etapa olvidable de John Constantine que, aún así, puede convertirse en una lectura entretenida si omitimos la encarnación original de su protagonista y usamos la misma actitud que al “disfrutar” de un visionado de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal: distrae pero no me vais a convencer de que esto tiene algo que ver con las historias originales. Una buena oportunidad desperdiciada...
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