La Atalaya del Vigía - El Club de la Lucha: Las secuelas de caos Analizamos las secuelas de la obra de culto de Chuck Palahniuk
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Maldad. Caos. Jabón. Anarquía. Enfermedad mental. Rabia. Consumismo. Frustración vital. Humor negro. Crítica social. Cinismo… son algunos de los adjetivos que se desprenden de la obra de Chuck Palahniuk y que se han convertido en el sello de identidad de uno de los novelistas más rabiosamente personales de las últimas dos décadas. Mediante la ficción de obras como Nana, Snuff o El Día del Ajuste ha ejercido como ácido cronista del lado oscuro de la moderna sociedad occidental. Algo ya presente en El Club de la Lucha, su primera obra cuya más reciente secuela en formato cómic acaba de llegar a las librerías españolas.
Publicada en 1996, El Club de la Lucha narraba en primera persona la historia de un anónimo personaje -bautizado como El Narrador, aunque a lo largo de la trama utilizase diversos nombres falsos- de mediana edad que trabajaba como agente de seguros automovilísticos y llevaba una vida mortecina e insatisfecha que le generaba ansiedad e insomnio. Su rutina saltaba por los aires tras un encuentro con Tyler Durden, un carismático y atrevido personaje junto al que organizaba un curioso club donde personas tan vitalmente insatisfechas como él desahogaban su frustración mediante peleas a puñetazo limpio. Pero la evidente inestabilidad mental del protagonista, agravada por su peculiar relación con una destructiva mujer llamada Marla Singer acababan desembocando en la creación un grupo terrorista dispuesto a llegar al extremo para cambiar la civilización. Una historia que sorprendía tanto por su corrosiva e irónica prosa como por el impactante giro argumental que ponía en solfa el sentido de toda la narración. Una obra que alcanzaría la condición de icono cultural gracias a la adaptación cinematográfica realizada en 1999 por David Fincher y protagonizada por Edward Norton y Brad Pitt.
Ante tal repercusión, la tentación de realizar una secuela era enorme y crecía a medida que lo hacia el culto hacia el libro y el film, pero Palahniuk se resistía. No fue hasta 2016 cuando decidió retomar a sus personajes de forma insólita: no en un nuevo libro ni en una nueva película, sino en formato cómic mediante una miniserie de diez entregas editada por Dark Horse y escrita por el propio Palahniuk con dibujos de Cameron Stewart. Ambientada diez años después de la novela original, el escritor retoma al narrador (llamado ahora Sebastian) casado con Marla, padre de un niño y llevando una vida normal alejada de Tyler, su destructiva personalidad desdoblada a la que mantiene a raya a base de medicación. O al menos eso es lo que él cree. Las acciones tanto de una insatisfecha Marla como las de sus antiguos pupilos pronto llevan al resurgir de un Tyler que retoma sus ambiciosos planes revolucionarios y que esta vez incluyen al hijo del protagonista… ¿O es el hijo de Tyler?
Lo primero que llama la atención de El Club de la Lucha 2 (subtitulado La Estrategia de la Serenidad) es la desenvoltura que Palahniuk, autor cuya producción se adscribía hasta entonces exclusivamente a la prosa literaria, demuestra con los mecanismos narrativos del cómic. Frente a la farragosa acumulación de textos de apoyo y bocadillos con diálogos esperables en un novelista que tiende en sus escritos a la introspección en primera persona, su primer guión para cómic experimenta con las posibilidades visuales del medio, haciendo un uso efectivo del ritmo de lectura entre viñetas y las combinaciones de diferentes formatos de página. Incluso va más allá de lo académico mediante la ruptura visual de la narración con la inclusión de elementos ajenos en forma de píldoras, pétalos de rosa, manchas de sangre, onomatopeyas exageradas o espermatozoides que a lo largo de varias páginas se superponen tanto a imágenes como a diálogos, rompiendo su narración de forma similar a como Fincher insertaba fotogramas subliminales en su film y dándole un carácter anárquico a la lectura. Asimismo Palahniuk descarga buena parte de la caracterización de los personajes en la labor de Stewart, cuyo trazo expresivo cercano estéticamente al mundo de la animación logra ese tono alucinado y a ratos surrealista que ya estaba presente en sus colaboraciones con Grant Morrison en títulos como Los Siete Soldados y Seaguy.
El propio argumento se salta asimismo las reglas de la narración estándar. Y si bien en un principio parece limitarse a retomar escenas y personajes de la obra original (un machacado Cara de Ángel, la enferma terminal Chloe o el difunto Robert Paulson, convertido este último en una especie de muerto viviente), pronto se encamina por terrenos menos convencionales, rompiendo su propia realidad mediante la incursión en la historia del propio Palahniuk como personaje. Un detalle metalingüístico que permite al autor reflexionar con cierta sorna sobre el culto generado en torno a su obra y las diferentes y no siempre acertadas interpretaciones del público, especialmente las de aquellos que solo conocen su versión fílmica e ignoran las diferencias argumentales de esta respecto a la novela.
La recepción de esta secuela, pese a lo anticlimático y surrealista de su desenlace, fue lo suficientemente favorable para que cuatro años después Palahniuk y Stewart se reuniesen en El Club de la Lucha 3, miniserie de doce números donde el narrador -ahora llamado Balthazar-, una nuevamente embarazada Marla y el hijo de ambos regresan en una historia que abraza ya abiertamente el género fantástico que en ciertos momentos permeaba la entrega previa. Así esta tercera parte (titulada La Jugada Maestra) incluye un paraíso al que se accede mediante un cuadro mágico (sic), una conspiración para desatar una pandemia y un maquiavélico plan para “mejorar” la humanidad que obligará a la impensable situación de que el narrador y Tyler se vean obligados a formar una alianza. Esta tercera parte continua la experimentación gráfica vista en la miniserie anterior no solo mediante el uso esos elementos ajenos superpuestos sobre las viñetas, sino también con secuencias de diálogo realizadas exclusivamente mediante onomatopeyas o los prólogos de cada episodio mostrados como si se tratase de las hojas de un calendario. El resultado es una mezcla que alterna momentos de afilado e impactante ingenio con otros que provocan una sensación de farragosidad y desconcierto. Una mezcla que sin embargo es, para lo bueno y para lo malo, 100% Palahniuk. Editadas en España en sendos volúmenes recopilatorios por Penguin Random House mediante su sello Reservoir Books, su lectura, al igual que la del original literario, no dejará impasible a nadie.
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