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La Atalaya del Vigía - X-Men: Claremont, Lee y morir de éxito Comic Digital
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"Eres tan desagradable que incluso yo estoy impresionada. ¿Visitas también orfanatos para contarle a los niños que no existe Santa Claus?" Emma Frost a Agente Brand / Astonishing X-Men #22
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La Atalaya del Vigía - X-Men: Claremont, Lee y morir de éxito

Los tumultuosos 90 en toda su gloria mutante

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 21/05/2021
La Atalaya del Vigía - X-Men: Claremont, Lee y morir de éxito

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En la más reciente entrega del sello Marvel Must Have, Panini Cómics recupera los primeros números de X-Men, cabecera mutante creada a principios de la década de los noventa. Unos cómics que marcaron un antes y un después no solo en la franquicia X sino en el devenir del cómic mainstream USA. Pero lo verdaderamente llamativo es que no lo hicieron por sus méritos artísticos sino por el terremoto creativo, económico y mediático surgido a su alrededor.

Pongámonos en situación: es 1991 y Uncanny X-Men no es un cómic de superhéroes cualquiera. Es EL CÓMIC de referencia dentro de la industria. El más vendido, el más comentado y el más querido. Lleva siéndolo desde su relanzamiento a mediados de los setenta. Su atractivo plantel de personajes y su mezcla de ficción superheroica e introspección marcada por un sustrato de comentario social suponen una combinación tan potente como singular. Varios de los dibujantes más llamativos de la industria (John Byrne, Paul Smith, John Romita Jr, Marc Silvestri) se consagraron en sus páginas. Y en todo ello hay una constante: Chris Claremont. Pese a ciertas discrepancias editoriales, el apodado “patriarca mutante” sigue al pie del cañón diecisiete años después de hacerse cargo de la serie por primera vez. Y el fichaje de un nuevo y espectacular dibujante llamado Jim Lee parece confirmar que esa racha solo puede continuar.


Con un estilo visualmente impactante, personajes de formas rotundas y narración estilizada, Jim Lee se pone a la cabeza de una nueva generación de jóvenes dibujantes que parecen haber conectado como nadie con los lectores, impulsando las cifras de ventas a cotas nunca vistas. Estos ambiciosos dibujantes son conscientes de ello. Y los editores, números en mano, también. Son más que simples ilustradores, más que la herramienta del guionista de turno. Son autores con pleno derecho y reclaman dicho estatus. Así Todd McFarlane consigue que Marvel le dé su propia cabecera de Spiderman. Rob Liefeld logra el control de Los Nuevos Mutantes y la serie se reconvierte en X-Force a medida de sus caprichos. En el caso de Lee, Marvel decide inaugurar una segunda cabecera del grupo para dar brillo a su flamante estrella con una nueva numeración.


Durante toda su etapa Claremont siempre ha procurado ajustar sus guiones a la medida de los puntos fuertes de sus dibujantes. Sin embargo en los últimos dos años ve incrédulo como el joven dibujante de origen coreano va imponiendo progresivamente elementos ajenos a sus tramas sin consultarle. Eso y la creación de una serie paralela –que el escritor se ve incapaz de controlar- hacen que Claremont proteste solo para que los editores le ignoren. La larga y meritoria labor del guionista ya no es tan relevante como las ventas millonarias que Lee está consiguiendo. La gota que colma el vaso llega cuando Claremont lanza una ambiciosa premisa argumental de cara a los próximos dos años de la serie y esta es vetada por ir en contra de los deseos de Lee. Sintiéndose despreciado el guionista tomó la dolorosa decisión de abandonar Uncanny X-Men en el #280, cerrando en lo posible las tramas en curso -la amenaza del Rey Sombra, el retorno de Xavier y la recuperación de los miembros fundadores del grupo en aquel entonces asignados a X-Factor-, dejando el escenario listo para la nueva cabecera, titulada X-Men a secas. Una serie en cuya preparación Claremont había colaborado a regañadientes y que ahora se convertía en su finiquito.


En octubre de 1991 se puso a la venta X-Men #1, presentando una nueva alineación del grupo mutante que combinaba personajes clásicos –la formación original creada por Stan Lee y Jack Kirby- con miembros de la llamada Segunda Génesis (Tormenta, Lobezno, Coloso) e incorporaciones posteriores (Pícara, Gambito, Mariposa Mental). Todo un all-star potenciado por el nuevo diseño gráfico de Lee y que también se aplicaba a Magneto, recuperado aquí como gran villano contradiciendo el largo y matizado proceso redentor que el propio Claremont había desarrollado durante años. En esta primera historia (#1-3) puede verse una clara fricción entre un guionista que se aferra a su trabajo previo e intenta dar un poso argumental a la trama –buscando justificar el cambio de Magneto relacionándolo con la añeja etapa del propio Claremont junto a Dave Cockrum- y las exigencias de un dibujante que demanda la acción más espectacular, el reparto más multitudinario y una épica impostada para su lucimiento. ¿El resultado? Un éxito sin precedentes: X-Men #1 vendió (ayudado por varias ediciones con diferentes portadas) la astronómica cantidad de siete millones y medio de ejemplares. Una cifra nunca lograda y aún no superada. Da igual que buena parte de esas ventas fuesen de especuladores de cara a futuras reventas. Marvel estaba contenta y a rey muerto, rey puesto.


De cara a la galería, y para acallar a los fans más veteranos que rabian por la marcha de Claremont, la editorial dio un golpe de efecto anunciando el fichaje de John Byrne como nuevo guionista. La otra mitad del añorado dream team que llevó a los mutantes al estrellato regresaba así finalmente a la franquicia tras una larga ausencia provocada en parte por la lucha de egos con Claremont. Y lo hacía con una saga (#4-7) que reincidía en uno de los elementos más demandados por los fans: el misterioso pasado de Lobezno y el secreto de sus garras y esqueleto de adamantium. La saga, que presentaba a dos nuevos personajes diseñados por Lee (Maverick y Rojo Omega), añadía más elementos al misterio sin aclarar realmente nada. Pero las aspiraciones de Byrne y sus fans pronto se esfumaron cuando el autor descubrió que su labor se restringía a ser poco menos que dialoguista, dejando en manos de Lee toda decisión creativa. Sin perder un segundo, Byrne abandonó la serie antes incluso de completar el episodio final de su primera trama, certificando con ello (por si aún no estaba claro) que la vieja escuela ya no tenía sitio en la nueva franquicia mutante.


Ante dicho plantón el editor Bob Harras se limitó a imponer a Scott Lobdell, un desconocido sin ínfulas autorales, para rellenar los diálogos de Lee, quien en los siguiente números se limitó a facturar un cruce entre su serie y el nuevo y exitoso Motorista Fantasma (#8-9) y a retomar al personaje de Longshot y su trama de Mundomojo (#10-11), aparcada en su momento por Claremont de cara a un especial que la editorial llevaba años prometiendo sin éxito. De nuevo las ventas eran notables pero dichos números parecían preocuparse más por para el lucimiento gráfico que por contar una historia en condiciones. Y entonces llegó el mazazo: Jim Lee anunciaba que abandonaba Marvel junto a otros de sus dibujantes estrella para fundar Image, su propia editorial. Menos de un año después de entregarle las llaves del reino, el chico de oro les dejaba a la editorial con el culo al aire para hacerles la competencia en su propio terreno.


A partir de entonces tanto Uncanny como X-Men entraron en un impass donde las ventas seguían acompañando pero la creatividad se ahogaba en manos de guionistas mediocres (Lobdell, Terry Kavanagh) o competentes pero atados por exigencias editoriales (Mark Waid, Fabian Nicieza) junto a dibujantes que en muchos casos se limitaban a imitar con mayor o menor fortuna el trazo de Lee. Estimables intentos de aportar novedad (la breve etapa de Joe Kelly y Steven Seagle) acababan en nada ante unos editores atascados en la ceguera creativa y el pánico al riesgo. Una inercia insípida que se mantuvo hasta que la llegada de Grant Morrison en la siguiente década. El propio Chris Claremont acabaría retornando entonces a la franquicia acompañado por dibujantes como Carlos Pacheco y Alan Davis e incluso tuvo la posibilidad de retomar su etapa original allí donde la había dejado para continuarla según sus propios términos (X-Men Forever). Pero la sensación ya no era ni por asomo la misma. Para bien y para mal todo había cambiado. Releer ahora aquella etapa produce sensaciones encontradas entre tradición y modernidad, entre fondo y forma, entre las historias que dieron entidad a la serie y el dibujo más espectacular que jamás tuvo. Una encrucijada cuyo punto álgido se recoge en el tomo mencionado al inicio y que permite disfrutar de los mejor de ambos extremos.


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