La Atalaya del Vigía - Estudio en Esmeralda: El detective y los primigenios Rafael Albuquerque adapta el excelente relato de Neil Gaiman
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Más allá de éxitos como Buenos Presagios, American Gods o Coraline (y sus respectivas adaptaciones audiovisuales), dentro de la ya amplia trayectoria literaria de Neil Gaiman destaca su labor en la redacción de cuentos y relatos, reunidos en su mayoría en antologías como Humo y Espejos u Objetos Frágiles. Asimismo, y dada la relación directa del escritor británico con el mundo del cómic tampoco es de extrañar que numerosos de esos relatos hayan acabado conociendo una traslación en viñetas, bien escritas a cargo del propio Gaiman, bien a cargo del dibujante con la supervisión y el visto bueno del escritor. Dentro de esa coyuntura merece destacarse por méritos propios Estudio en Esmeralda, versión en cómic del relato homónimo de Gaiman cuya edición en castellano acaba de materializar Planeta Cómics.
Originalmente publicada en 2003 dentro de la antología Sombras sobre Baker Street (e incluida a posteriori en la citada Objetos Frágiles), Estudio en Esmeralda es, desde su propio título que referencia la primera novela del personajes, un homenaje al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle. Pero, en la primera de las varias sorpresas que incluye, lo es también a los relatos de los llamados Mitos de Cthulhu creados por H. P. Lovecraft. De esa manera el relato, ambientado en el Londres de 1881, está narrado en tercera persona por un veterano soldado recién licenciado tras su servicio en las guerras coloniales de Afganistán y con una herida que le obliga a utilizar un bastón. Buscando alojamiento acaba compartiendo piso con un inteligente y excéntrico individuo que ejerce como detective consultor al que acabará ayudando en caso de importancia nacional a petición del inspector Lestrade de Scotland Yard.
Cualquiera mínimamente familiarizado con la obra de Doyle y sus múltiples adaptaciones sin duda reconocerá de inmediato a los dos protagonistas del relato a pesar de que su nombre jamás es mencionado, pudiendo identificar numerosos rasgos definitorios (la dirección de la calle Baker; el fuerte carácter del detective, sus dotes científicas y su habilidad para el disfraz) del llamado canon holmesiano. Pero al mismo tiempo también reconocerá divergencias, al principio sutiles y luego notorias, que dan a entender que el mundo donde se desarrolla la trama es radicalmente distinto al nuestro. Un mundo donde siglos atrás los primigenios se alzaron contra la humanidad y la sojuzgaron, sometiéndola desde entonces al yugo de una clase dominante consistente en una raza de seres de anatomía inhumana con extremidades tentaculares por cuyas venas corre un fluido de color verde. El asesinato de uno de ellos, sobrino predilecto del monstruoso equivalente de la reina Victoria, es el motor de una trama que podría poner en peligro el futuro de Albión, nombre oficial de la nación tras descartarse el de Inglaterra.
La implicación de Gaiman en la adaptación al cómic es más bien tangencial, si bien el guión reproduce no solo la trama sino también los diálogos del relato original de forma prácticamente literal. La adaptación corre en esta ocasión a cargo del dibujante Rafael Albuquerque, en lo que se antoja como una elección ideal visto su trabajo en American Vampire donde además de sus dotes como ilustrador demostraba su facilidad tanto para dibujar criaturas inhumanas como ambientes de épocas pretéritas con todo detalle. Más allá de la expresividad de sus personajes o del uso color (a cargo de Dave Stewart) para potenciar tanto el ambiente malsano característico de la prosa lovecraftiana como la sensación de ilustración de época, conviene destacar la habilidad del dibujante para trasladar de forma visual las partes del relato original basadas en la prosa pura como el recuento del narrador de sus experiencias en el frente afgano o la lectura de una carta que ocupa el desenlace, siendo capaz de utilizar grandes bloques de texto extraídos directamente del relato sin ralentizar el ritmo de la narración secuencial ni romper la estética.
No es la primera vez (ni será la última) que un pastiche holmesiano cruza su camino se introduce en territorios lovecraftianos. Además del resto de relatos de la citada Sombras en Baker Street, son numerosas las ocasiones en las que diferentes autores han explotado el contraste de enfrentar al racional y metódico investigador con las enloquecedoras e indescriptibles criaturas primigenias conjuradas por el autor de Providence. Novelas como Sherlock Holmes y la Sabiduría de los Muertos del español Rodolfo Martínez, cómics como Sherlock Holmes y el Necronomicon de Sylvain Cordurié (editado por Yermo Ediciones) y videojuegos como Sherlock Holmes: La Aventura (desafortunada traducción del mucho más adecuado The Awakened) ya explotaban los interesantes resultados de semejante combinación. Sin embargo lo que diferencia Estudio en Esmeralda de los anteriores es el giro final que obliga al lector a replantearse la lectura del relato. Y es que si bien Holmes y el Dr. Watson hacen acto de presencia en la trama, su participación no es la esperada. Porque en realidad el protagonismo no recae sobre ellos, sino sobre otros dos personajes fundamentales del canon holmesiano sobre cuya verdadera identidad se van dejando caer aquí y allá sutiles pistas que el lector veterano sabrá reconocer -como que el detective haya publicado un ensayo científico sobre la dinámica de los asteroides o que su socio y narrador fuese uno de los tiradores más hábiles del ejército británico- sin que ello vaya en demérito de la sorpresa final.
La adaptación de Estudio en Esmeralda adolece sin embargo del mismo defecto ya presente en el relato literario original: se queda corto para todo lo que sugiere, dejando al lector con ganas de saber más. No solo sobre ese mundo victoriano pasado por el filtro de los primigenios, sino también sobre las vicisitudes de la versión alternativa del dúo protagonista, colocados aquí en una posición teóricamente inversa a la que habitualmente suele caracterizarles. Algo que se apunta en la adaptación al cómic que añade varias pinceladas al respecto en forma de ilustraciones que separan los diferentes capítulos de la trama y que reproducen carteles publicitarios de la época donde pueden encontrarse referencias a personajes como El Dr. Jekyll o Drácula, abriendo un mundo de posibilidades infinitas que recuerda al vasto imaginario cultivado por Alan Moore y Kevin O'Neill en su recientemente concluida Liga de los Caballeros Extraordinarios.
El desenlace abierto de la historia, junto a jugosos detalles apenas apuntados como las luchas bélicas entre primigenios de otras naciones, la conspiración de los “restauracionistas” por devolver el poder a la humanidad o ese trágico suceso en Rusia mencionado en la última página dejan al lector con ganas de más, convirtiendo la presente obra en un delicioso aperitivo que preludia un banquete que no se sabe si alguna vez llegará pero se hace imposible no esperar.
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