La Atalaya del Vigía - Viuda Negra: Retorno al pasado, salto al futuro Natasha Romanoff estrena su film en solitario
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Podría decirse que el estreno de Viuda Negra (Black Widow, 2021) llega tarde. No solo por las circunstancias extracinematográficas que han retrasado un año su fecha de estreno original. Ni tampoco porque lo haga después de que el personaje encarnado por Scarlett Johansson hubiese concluido su trayectoria fílmica en Vengadores: Endgame (2019). Llega tarde porque la versión fílmica de Natasha Romanoff ha tenido que esperar diez años y siete películas como secundaria antes de que Marvel Studios se decidiese a dar protagonismo a uno de los personajes más ambiguos e interesantes de su amplia galería. Finalmente el momento ha llegado con un film que ejerce tanto de precuela como de relanzamiento de cara a futuras fases del universo cinematográfico Marvel.
Ambientada cronológicamente entre el desenlace de Capitán América: Civil War (2016) y en inicio de Vengadores: Infinity War (2018), la trama lleva a una Viuda Negra separada de sus compañeros y convertida en fugitiva a enfrentarse con su propio pasado. Un pasado lleno de secretos y acciones discutibles que se había ido dejando entrever de forma esporádica entregas previas del UCM en forma de ambiguos diálogos y sugerentes flashbacks. Un pasado que aquí se concreta con múltiples referencias a la trayectoria editorial del personaje, permitiendo a los lectores más veteranos rastrear a lo largo del argumento elementos tomados de diferentes etapas de los cómics que van desde el mítico serial de Marvel Fanfare firmado por Ralph Macchio y George Pérez –la Viuda regresando a su antiguo país para hacer frente a su pasado-, las miniseries escritas por Devin Grayson para el sello Marvel Knights –con la presentación de Yelena Belova, la segunda Viuda Negra y su tirante relación con su predecesora- o la más reciente etapa a cargo de Mark Waid y Chris Samnee –el regreso de la Habitación Roja y su ejército de asesinas controladas mentalmente-.
A nivel puramente cinematográfico Viuda Negra (2021) también bebe de múltiples referentes. Y si bien ese prólogo ambientado durante la infancia de la protagonista remite tonalmente al thriller de conspiraciones de los años setenta -aunque paradójicamente transcurra en los noventa-, la película se encuadra dentro de la vertiente más fantástica y exagerada del cine de espías representado por la etapa clásica de la franquicia de James Bond –a la que se alude directamente en una escena con la protagonista viendo Moonraker (1979)- y toda su parafernalia de bases secretas, escenarios internacionales, villanos megalómanos y sicarios con taras físicas y habilidades aparentemente sobrehumanas. Por otro lado las abundantes secuencias de acción remiten en su concepción a las directrices de la saga de Jason Bourne, con vistosas peleas y persecuciones con ritmo que, pese a algún ocasional exceso de CGI, afortunadamente evitan dentro de lo posible el abuso cámara temblorosa y montaje entrecortado.
Todo lo anterior ofrece un apañado resultado mínimamente exigible a un blockbuster con 200 millones de presupuesto. Pero paradójicamente lo que acaba por dar empaque y personalidad al resultado son los ocasionales momentos de calma entre set-pieces que permiten desarrollar a los personajes, mostrando las acciones más discutibles de la antigua asesina reconvertida en miembro de los Vengadores o su relación con esa disfuncional familia postiza que incluye a una “hermana” pequeña a la que dejó atrás y unos “padres” cuyo aprecio genuino se mezclaba con la manipulación interesada. Es en esos momentos, así como en él citado prólogo, cuando más se ve la mano de Cate Shortland, realizadora procedente del drama independiente que aporta a lo largo del metraje varias pinceladas que tratan de coger el mito pop de la sexualizada espía rusa para revisarlo desde un punto de vista de reivindicación feminista. Una interesante relectura de subtexto que lamentablemente el guión elabora de la manera más burda y literal -casi como si no confiase en que los espectadores puedan entenderlo por si mismos-, concretada en el villano encarnado por un Ray Winstone cuya personalidad queda reducida a mero cliché de toxicidad masculina.
En ese sentido el film funciona mucho mejor cuanto más sutil es, siendo la interacción de amor-odio entre Natasha y la Yelena Belova de Florence Pugh el corazón de un film que en última instancia funciona más como una carta de presentación para la segunda de cara a las futuras entregas del UCM que como cierre a la trayectoria de la primera. La presencia y el carisma que la joven actriz británica consigue transmitir en cada escena dejan al espectador con ganas de saber más sobre el futuro de su personaje, tal y como demuestra la imprescindible escena post-créditos centrada en su persona. Y aunque merece destacarse a David Harbour y su composición del Guardián Rojo, a quien el actor logra dotar de amargos matices que le dan empaque más allá de su función como alivio cómico, no puede decirse lo mismo de unos desaprovechados Rachel Weisz, el citado Winstone o el nombre sorpresa oculto bajo la máscara del Supervisor -convertido aquí en el sicario principal de la Habitación Roja- y que se limitan a recitar sus líneas sin mayor trascendencia o personalidad.
Como decía al principio, Viuda Negra (2021) transmite la sensación de quedarse a medio camino. No porque compañeras cinematográficas posteriores le hayan tomado la delantera tanto en la competencia –Wonder Woman (2017)- como en su propia casa -Capitana Marvel (2019)-, sino porque la gestión de un personaje con tantas posibilidades –la etapa de Natasha como asesina al servicio de la Habitación Roja o esas pequeñas pinceladas sobre los supersoldados soviéticos- habría merecido espacio más allá de una única entrega en exclusiva. Y teniendo en cuenta el respaldo que supone pertenecer a una de las franquicias cinematográficas más exitosas de la historia, es de lamentar que no se hayan atrevido a tomar un mayor riesgo creativo de cara al personaje ni siquiera en su despedida. Por ello el balance final se antoja como un entretenimiento eficaz de una factura impecable, pero que es incapaz de dejar un poso memorable a la altura de tan interesante personaje. Nos queda eso si la promesa de un más que atractivo relevo al que, crucemos los dedos, no se le escatime ni postergue su merecido protagonismo.
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