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Wonder Woman Tierra Uno: Partenogénesis “morrisoniana”

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 22/08/2021
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Recientemente publicado en España por ECC Ediciones, el tercer volumen de Wonder Woman Tierra Uno cierra la peculiar revisión de la Princesa Amazona por parte del siempre original y atrevido Grant Morrison. Una revisión no sujeta a la continuidad que sublima las raíces originales del personaje creado por William Mounston Marston para ponerlas en perspectiva con las políticas de género más actuales.

Amparado por la libertad del sello Tierra Uno –similar a la extinta línea Ultimate de Marvel en su actualización de personajes clásicos pero sin una relación argumental entre sus títulos-, Morrison conserva para esta remozada versión muchos de los elementos definitorios de Wonder Woman –su origen mitológico, Themiscyra… incluso el avión invisible-, mantiene a secundarios habituales como Steve Trevor (aquí con rasgos afroamericanos) y Etta Candy (rebautizada como Beth) y recupera a varios villanos clásicos. Pero más allá de la breve presencia de personajes añadidos posteriormente como Donna Troy, Nubia, Artemisa o Maxwell Lord, el guión procura hacer a un lado las contribuciones que a lo largo de la longeva trayectoria de la mujer maravilla aportarían nombres como George Pérez, John Byrne o más recientemente Brian Azzarello, cuyos enfoques de la protagonista se han encuadrado bien apegándose a su lado mitológico o bien apostando por el género superheroico puro y duro.


Morrison opta aquí por la ciencia ficción utópica, mostrando a las amazonas como una civilización enormemente avanzada tanto tecnológica como socialmente. La llegada de Diana al “mundo de los hombres” implica esta vez un choque frontal entre esa visión del mundo basada en el amor, la igualdad y la sororidad con la violencia, la división y la corrupción de la sociedad humana. Una confrontación que Morrison relaciona con las corrientes más actuales del feminismo y sus reivindicaciones pero que también le permite señalar las grietas de ese ideal femenino, mostrando como la progresista sociedad de las amazonas puede ser terriblemente arcaica en determinados aspectos. El guionista recupera así la aparente contradicción que Marston imbuyó en la misma esencia del personaje, basado en ideas progresistas como la reivindicación del potencial femenino y el poliamor pero que también incluía elementos como la sumisión y el bondage, progresivamente minimizados o ignorados por posteriores autores debido a su potencial polémico y que esta versión recupera sin medias tintas y con puntuales toques de ironía.


Una aparente contradicción que se extiende al apartado gráfico firmado por un magnifico Yanick Paquette. Y es que más allá del recital narrativo que ofrece a lo largo de los tres volúmenes mediante unos diseños de página tan vistosos como originales (es difícil encontrar dos páginas seguidas con la misma planificación), el dominio del dibujante sobre la anatomía femenina se traduce en un desfile de bellezas femeninas propio de una fantasía masculina, reforzada por la presencia de elementos como cadenas, ataduras y cierta sensación de que los personajes “posan” en vez de moverse. Sin embargo en todo momento la sensación que transmiten dichos personajes es de fuerza y dignidad, resultando de semejante combinación una ironía que encaja como un guante con el subtexto sobre igualdad, superación, lucha de sexos y búsqueda de identidad presente en el guión a lo largo de la trilogía.


El segundo episodio, con Diana instalada en el mundo de los hombres como embajadora de la civilización amazona y sus valores, fue publicado en 2018 coincidiendo con el auge del movimiento Mee Too y su denuncia mediática de prácticas de acoso sexual y abuso de poder por parte de las élites masculinas. Resulta inevitable no ver el paralelismo entre dicho acontecimiento y el discurso de reivindicación femenina puesto aquí en boca de la protagonista, ante cuya repercusión social las citadas elites masculinas reaccionan maniobrando para acabar con Diana. Su principal baza es la presencia del Doctor Psico, cuyos poderes para el control mental Morrison presenta como un ejemplo tanto de masculinidad tóxica como de la manipulación mediática con las que numerosos medios tratan de desprestigiar y retorcer las consignas del feminismo más reciente. Un feminismo que sin embargo no está exento de generar sus propios monstruos que malinterpretan la lucha contra la desigualdad femenina, orientándola no hacia la igualdad sino a la opresión inversa. Una cara negativa cuya plasmación en el relato recae en la baronesa Paula Von Gunther, personaje que al igual que el antes mentado Doctor Psico es rescatado de la etapa más clásica del personaje.


El cierre de la historia llega en el tercer volumen, con Wonder Woman convertida en reina de las amazonas y al borde de una guerra abierta con el gobierno de unos EE.UU. cuyo perfil restrictivo, beligerante y abiertamente ofensivo recuerda no poco al de la polémica presidencia de Donald Trump. Maxwell Lord -personaje estrechamente unido a Wonder Woman tras Crisis Infinita- y su poderío tecnológico encarnan a ese retrógrado patriarcado que prefiere matar antes que cambiar mientras que Diana y sus hermanas encarnan una visión progresista que prefiere la tolerancia y la paz, solo abogando por la violencia como último recurso posible. Un ideal sobre el que construir una utopía futura que Morrison describe mediante una narración en dos tiempos que alterna el presente, mostrando el enfrentamiento final entre las amazonas y las mecanizadas tropas de Lord, con un lejano futuro que de nuevo retoma elementos de las historias clásica de Marston –el personaje de la presidenta Arda Moore- convenientemente adaptados a la sensibilidad actual. La perfecta sintonía entre Morrison y Paquette demostrada en los dos primeros tomos continúa en este tercero, que junto a las dinámicas escenas de acción incluye pasajes tan visualmente fascinantes como el paseo de Diana por las profundidades del Hades.

Como ya hiciera con Superman en la nunca suficientemente elogiada All-Star Superman, Morrison pone de manifiesto el lado más icónico y arquetípico del personaje, convirtiendo a Wonder Woman en algo más que una heroína de las viñetas. Buceando en las raíces de Diana, Morrison recupera aquellas ideas con las que fue elaborada por su creador como un símbolo del poder y las virtudes de la mujer, poniéndolas al día de las directrices de la actual cuarta ola del feminismo y reivindicando con ello su valor aun vigente de ideal sobre el que reflejarnos. Una actualización tan atrevida y valiente como necesaria para un personaje clásico que al mismo tiempo refleja las posibilidades expresivas e ideológicas del cómic como medio creativo más allá del puro entretenimiento.


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