Marvel Must-Have - La Imposible Patrulla-X #9: Especie en Peligro Nueva entrega de esta etapa mutante
Desde las primeras páginas, este tomo nos sumerge en el espacio vacío que dejó el famoso No más mutantes susurrado por La Bruja Escarlata. Allí donde antes se alzaba un coro de poderes y singularidades, ahora solo resuenan ecos deshilachados. Ya sin la pirotecnia conceptual de Dinastía de M, la atención recae sobre un panorama cada vez más asfixiante: el número de mutantes mengua, y cada pérdida —sea la de un joven que jamás buscó los enfrentamientos o atención o la de un veterano con los nervios ya astillados— cuenta como un nuevo paso hacia la extinción.
El caso de Matt Landru, un chico que únicamente deseaba habitar una normalidad sosegada, refuerza con crudeza esta atmósfera. Su muerte es un escalón menos en una escalera que lleva a ninguna parte. Sin nuevos nacimientos ni reversión del hechizo, el Homo Superior se ha convertido en un vestigio biológico con fecha de caducidad. En estas viñetas no importa tanto el dramatismo del héroe en poses hercúleas, sino el silencio que queda tras el cierre del féretro.
En medio de ese páramo, Hank McCoy encarna la obstinación científica contra un destino adverso. La Bestia se rebela contra el agotamiento genético y trata de trenzar, con hilos sueltos de ciencia y retazos de magia, una salida del laberinto. No duda en pedir ayuda a figuras moralmente ambiguas, monstruos de otras realidades y mentes retorcidas que, en otros contextos, él mismo habría combatido sin contemplaciones. La integridad se diluye cuando lo que se busca no es la gloria, sino la mera continuidad.
Aunque puede leerse sin necesidad de un estudio exhaustivo del gran lienzo mutante, esta historia sabe más potente tras el poso que deja la saga mencionada anteriormente. Mike Carey, asistido por Chris Yost y Chris Gage, dibuja un preludio al posterior Complejo de Mesías con un tacto notable, evitando caer en rimbombancias. El retrato de La Bestia, tantas veces relegado a segundo plano, emerge aquí con profundidad psicológica: su lucha ya no se centra en combatir grandes villanos, sino en desafiar la sentencia biológica que pesa sobre los suyos.
La edición unificada —agrupando el one-shot y los episodios dispersos— resulta un acierto, pese a la variabilidad gráfica que aporta la rotación de dibujantes. Scott Eaton, Mike Perkins, Mark Bagley, Tom Grummett y Andrea Di Vito se suceden sin mayor cohesión que la del propio argumento, subrayando el carácter episódico de la investigación de McCoy. El resultado es algo desigual, pero esa irregularidad formal añade una capa de honestidad: no hay artificios que maquillen la precariedad existencial. Este volumen se presenta, así, como una pausa incómoda en la narrativa mutante, un recordatorio de que no siempre hay un guion heroico para el declive y de que a veces la grandeza, sencillamente, consiste en negarse a desaparecer.
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