Damn Them All #2 La alquimia perfecta entre lo oscuro y lo humano
En un mercado saturado de propuestas sobrenaturales, Damn Them All consigue encontrar su propia identidad de manera directa y sin escrúpulos: una obra en la que la violencia de las calles londinenses se funde con rituales oscuros, susurros en latín y la tensión psicológica que sólo la magia puede desatar. Ellie Hawthorne es mucho más que una simple exorcista, emergiendo en esta entrega como una experta en salvar tu alma cuando el orden natural del mundo se desmorona, estableciendo un tono que no busca aterrorizar al lector con sustos baratos, sino con un trasfondo denso y auténtico.
La muerte de su tío Alfie, un hechicero de reputación dudosa dentro del submundo criminal, sirve de catalizador. Su funeral no es el preludio de un duelo convencional, sino el pistoletazo de salida para la irrupción de demonios voraces y pactos incumplidos. En este torbellino caótico, nuestra protagonista no sólo debe reconstruir su propia identidad mágica, sino también asumir la responsabilidad de clausurar las grietas por las que se filtra lo desconocido. Su labor, más cercana a la de un cirujano que a la de un simple brujo urbano, pone en jaque sus convicciones y su capacidad para maniobrar en un entorno moralmente turbio.
Una de las mayores virtudes de Simon Spurrier radica en el rigor con el que fundamenta su sistema místico. Basándose en fuentes históricas como el Ars Goetia, la trama no se limita a lanzar hechizos al aire; propone un andamiaje coherente en el que las entidades demoníacas, las cláusulas mágicas y los objetos rituales no son meros adornos, sino ingredientes con peso argumental. Esta documentación no sólo potencia la verosimilitud del relato, sino que abre la puerta a una lectura complementaria para quienes deseen indagar más allá de la página y explorar las raíces de estos horrores arcanos.
Además, el cómic evita la dependencia de clichés añejos y estereotipos manidos. La sutil carga feminista fluye en las relaciones entre personajes, donde un antiguo vecino intenta “salvar” a Ellie sin comprender la compleja fortaleza que la distingue. Estas interacciones, cuidadosamente matizadas, funcionan como un contrapunto a las fuerzas ocultas que acechan, añadiendo capas de interpretación sin volver la lectura engorrosa. Spurrier muestra un tacto preciso al incorporar estas tensiones invisibles, haciendo de ellas algo que incide en la atmósfera sin restarle potencia al terror subyacente.
La aportación gráfica de Charlie Adlard, respaldada por el trabajo cromático de Sofie Dodgson, refuerza el tono inquietante sin caer en la obviedad. Si en Los Muertos Vivientes brillaba la aspereza del trazo para un horror carnal, aquí la línea parece infiltrarse en las grietas del tejido dimensional, sugiriendo que el peligro no sólo proviene de espectros o demonios, sino de la fina frontera entre razón y locura. Dodgson multiplica la incomodidad, usando el color para horadar la vista del lector y trasladar a lo visual el aura malsana que impregna las páginas.
Inevitable resulta la comparación con la tradición marcada por John Constantine y su legado en Hellblazer, pero esta propuesta pronto demuestra tener su propio camino a seguir. Ellie Hawthorne no es un simple calco sin la arrogancia machista, sino una figura con el arrojo y la sagacidad necesarios para navegar sin el lastre de décadas de continuidad. Para el lector actual, esta ausencia de ataduras supone una vía directa al corazón de la historia. Y si la recepción acompaña, Spurrier ya ha insinuado que el viaje podría continuar. No cabe duda: esta es una propuesta que merece ser vigilada de cerca.
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