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Dragonero - Conan: La Sombra del Dragón Comic Digital

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“Repartidor de la felicidad es otro nombre para un cartero”

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Dragonero - Conan: La Sombra del Dragón

Un cruce tan inesperado como salvaje

Un artículo de Javier Jiménez Jiménez - Introducido el 08/12/2024

La confluencia entre Dragonero y Conan en La Sombra del Dragón encarna un cruce cultural y creativo que pocos hubieran imaginado hace unos años. Surgida gracias a la expiración de derechos y a la flexibilidad legislativa europea, esta alianza pone sobre el tablero la audacia de Bonelli y la soltura de las editoriales americanas a la hora de ceder un ícono tan arraigado en la fantasía heroica como el bárbaro cimmerio. Lejos de tratarse de un simple experimento, el encuentro ofrece a los lectores la posibilidad de descubrir nuevos matices en personajes que, en apariencia, pertenecen a mundos irreconciliables.

El resultado es una obra que prescinde de rigurosas continuidades, recordando que el cómic, como medio, puede permitirse estas aproximaciones libres y experimentales. La trama funciona como un Otros Mundos o What If? no declarado, una propuesta que desdibuja las fronteras entre Erondár y la Era Hiboria sin caer en la trivialidad. Luca Enoch y Stefano Vietti, arquitectos originales de Dragonero, guían el relato con la solvencia de quienes conocen al dedillo el género, pero también con la agilidad necesaria para que el lector no se sienta abrumado por la densidad de los panteones fantásticos implicados.

El cruce entre estos héroes funciona a modo de buddy movie medieval, donde el choque inicial de personalidades evoluciona hacia un entendimiento fértil. Conan, sin dejar de ser ese guerrero curtido en mil batallas, exhibe un temperamento más mesurado que el salvaje solitario que muchos esperan, mientras Ian Aranill —el cazador de dragones— afronta el reto de compartir protagonismo con un mito cuya fama le precede. Entre los dos construyen una dinámica curiosa, donde la mutua desconfianza inicial va modulándose a medida que la cacería del dragón avanza.


Gráficamente, la obra se amolda a la estética italiana de Bonelli, un trazo que no busca imitar a los artistas clásicos de Conan pero sí rescatar cierta atmósfera aventurera. Lorenzo Nuti, a los lápices, opta por equilibrar dinamismo y claridad narrativa, aunque ocasionalmente la paleta cromática le juegue en contra. De cualquier modo, la presencia del cimmerio resulta inconfundible incluso en este nuevo entorno, y Dragonero no pierde su identidad, ofreciendo un paisaje visual rico en escamas, metal y magia.

Este encuentro, más allá de su anécdota editorial, se suma a la tendencia de hibridar universos que antaño vivían en compartimentos estancos. La Sombra del Dragón confirma que la experimentación sigue siendo un motor inagotable, y que, frente a la rigidez de las cronologías, el placer de la aventura compartida puede iluminar rincones del imaginario que pocos sabían que existían.


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